Sábado, Mayo 4, 2024

Agua para el presente y el futuro, por Lucas Palacios y Andrés Pesce

EL MERCURIO – El cambio climático en nuestro país pasó de ser un peligro abstracto que se manifestaría en un futuro indeterminado a una amenaza concreta que hoy estamos viviendo en la forma de la peor crisis hídrica de los últimos 60 años. Pero ¿qué significa realmente esta crisis? ¿Qué tanto nos debemos preocupar y ocupar de esta emergencia?
Estamos enfrentando una disminución de oferta de agua por efectos del cambio climático —menos lluvia, menos nieve, menos agua en los ríos— y un aumento de la demanda de agua por el desarrollo productivo y el crecimiento de la población. No hay forma en que podamos hacer frente a esta nueva realidad con las mismas herramientas y modelos del pasado.
Para dimensionar la crisis que vivimos, las cifras son contundentes: actualmente, el 88% de las estaciones que monitoreamos a nivel nacional presenta déficit en términos de precipitación acumulada. Pero si nos adentramos aún más en el detalle de la información, observamos que entre las regiones de Coquimbo y O’Higgins, el déficit fluctúa entre 60% y casi 100%; mientras que entre Maule y Aysén, el déficit oscila entre 10% y 60%. Los datos de acumulación de nieve no son mucho más alentadores. Actualmente, la Región de Coquimbo registra un 84% de déficit en esta materia, mientras que en el caso de las regiones de Valparaíso, Metropolitana y Ñuble, las cifras son de un 82%, 62% y 89%, respectivamente.
¿Qué hacer? La última publicación de la iniciativa Escenarios Hídricos 2030 (que involucró a más de 50 organizaciones coordinadas por Fundación Chile) determinó que las causas del problema se explican en un 44% por problemas de gestión e institucionalidad y en un 12% por problemas de baja oferta de agua. Lo anterior implica que el espacio de mejora es enorme y que depende de nosotros hacerlo.
Para avanzar es imperativo dejar las discusiones ideológicas que son paralizantes, salir de los debates que plantean falsas dicotomías y posiciones radicales, y escapar de la idea de que existen balas de plata que son capaces de solucionarlo todo.
Creemos que el problema debe enfrentarse más bien con un enfoque balanceado con base en cuatro ejes: el primero, gestión e institucionalidad, que por un lado solucionen los problemas de coordinación que hoy tiene el Estado, y por otro, un fortalecimiento de las Juntas de Vigilancia y Comités de Aguas Subterráneas, de manera de tener contrapartes fuertes en el territorio; segundo, eficiencia en el uso del recursos, a nivel agrícola, residencial e industrial; tercero, conservación de los ecosistemas hídricos como una fuente resiliente de agua, con un énfasis especial en soluciones basadas en la naturaleza (como infiltración de acuíferos), y cuarto, nueva oferta de agua, como embalses, reúso de aguas residuales o desaladoras.
En esta discusión, no hay duda de que asegurar el consumo humano de agua tiene la absoluta prioridad. Eso es lo primero que se debe hacer, solo después de ello el debate sobre desarrollo productivo puede tener legitimidad.
Tenemos el doble desafío de enfrentar la emergencia y de buscar soluciones estructurales. Debemos compatibilizar las soluciones urgentes con una estrategia de sustentabilidad futura, pues de lo contrario corremos el riesgo de optar por soluciones que amplifiquen el problema en el largo plazo.
Los esfuerzos que hoy está haciendo el Gobierno, tales como el plan de 26 embalses, las grandes inversiones en materia de Agua Potable Rural para atender a las 383.204 viviendas que hoy no cuentan con este servicio en sus casas a través de sistemas permanentes, y las mesas de coordinación interministeriales que ha convocado el Presidente de la República apuntan a esa mirada de futuro.
En momentos en que se está discutiendo la ley marco de Cambio Climático, es fundamental incluir el agua en el eje de adaptación. Existe una meta muy clara en mitigación: carbono neutralidad al 2050. El paso siguiente podría incorporar el establecimiento de metas en adaptación. En la mitigación sirven los promedios, pero en la adaptación no; por lo que necesariamente debemos modernizar nuestra organización institucional para abordar con agilidad los desafíos del futuro y velar por el cumplimiento de los planes en cada una de las 101 cuencas de nuestro país, todas las cuales tienen sus características únicas.
La “Transición Hídrica” implica un desafío de coordinación colosal. Dicha coordinación se sustentará en la construcción de capital social en torno a los problemas comunes que enfrentamos como sociedad. Invitamos al sector privado y político a levantar la mirada por sobre nuestros intereses particulares hacia un Chile en que el agua sea un impulsor del desarrollo y no un cuello de botella. En cada uno de nosotros está el cambio que se requiere.
Fuente: El Mercurio,  Lunes 23 de Septiembre de 2019

EL MERCURIO – El cambio climático en nuestro país pasó de ser un peligro abstracto que se manifestaría en un futuro indeterminado a una amenaza concreta que hoy estamos viviendo en la forma de la peor crisis hídrica de los últimos 60 años. Pero ¿qué significa realmente esta crisis? ¿Qué tanto nos debemos preocupar y ocupar de esta emergencia?
Estamos enfrentando una disminución de oferta de agua por efectos del cambio climático —menos lluvia, menos nieve, menos agua en los ríos— y un aumento de la demanda de agua por el desarrollo productivo y el crecimiento de la población. No hay forma en que podamos hacer frente a esta nueva realidad con las mismas herramientas y modelos del pasado.
Para dimensionar la crisis que vivimos, las cifras son contundentes: actualmente, el 88% de las estaciones que monitoreamos a nivel nacional presenta déficit en términos de precipitación acumulada. Pero si nos adentramos aún más en el detalle de la información, observamos que entre las regiones de Coquimbo y O’Higgins, el déficit fluctúa entre 60% y casi 100%; mientras que entre Maule y Aysén, el déficit oscila entre 10% y 60%. Los datos de acumulación de nieve no son mucho más alentadores. Actualmente, la Región de Coquimbo registra un 84% de déficit en esta materia, mientras que en el caso de las regiones de Valparaíso, Metropolitana y Ñuble, las cifras son de un 82%, 62% y 89%, respectivamente.
¿Qué hacer? La última publicación de la iniciativa Escenarios Hídricos 2030 (que involucró a más de 50 organizaciones coordinadas por Fundación Chile) determinó que las causas del problema se explican en un 44% por problemas de gestión e institucionalidad y en un 12% por problemas de baja oferta de agua. Lo anterior implica que el espacio de mejora es enorme y que depende de nosotros hacerlo.
Para avanzar es imperativo dejar las discusiones ideológicas que son paralizantes, salir de los debates que plantean falsas dicotomías y posiciones radicales, y escapar de la idea de que existen balas de plata que son capaces de solucionarlo todo.
Creemos que el problema debe enfrentarse más bien con un enfoque balanceado con base en cuatro ejes: el primero, gestión e institucionalidad, que por un lado solucionen los problemas de coordinación que hoy tiene el Estado, y por otro, un fortalecimiento de las Juntas de Vigilancia y Comités de Aguas Subterráneas, de manera de tener contrapartes fuertes en el territorio; segundo, eficiencia en el uso del recursos, a nivel agrícola, residencial e industrial; tercero, conservación de los ecosistemas hídricos como una fuente resiliente de agua, con un énfasis especial en soluciones basadas en la naturaleza (como infiltración de acuíferos), y cuarto, nueva oferta de agua, como embalses, reúso de aguas residuales o desaladoras.
En esta discusión, no hay duda de que asegurar el consumo humano de agua tiene la absoluta prioridad. Eso es lo primero que se debe hacer, solo después de ello el debate sobre desarrollo productivo puede tener legitimidad.
Tenemos el doble desafío de enfrentar la emergencia y de buscar soluciones estructurales. Debemos compatibilizar las soluciones urgentes con una estrategia de sustentabilidad futura, pues de lo contrario corremos el riesgo de optar por soluciones que amplifiquen el problema en el largo plazo.
Los esfuerzos que hoy está haciendo el Gobierno, tales como el plan de 26 embalses, las grandes inversiones en materia de Agua Potable Rural para atender a las 383.204 viviendas que hoy no cuentan con este servicio en sus casas a través de sistemas permanentes, y las mesas de coordinación interministeriales que ha convocado el Presidente de la República apuntan a esa mirada de futuro.
En momentos en que se está discutiendo la ley marco de Cambio Climático, es fundamental incluir el agua en el eje de adaptación. Existe una meta muy clara en mitigación: carbono neutralidad al 2050. El paso siguiente podría incorporar el establecimiento de metas en adaptación. En la mitigación sirven los promedios, pero en la adaptación no; por lo que necesariamente debemos modernizar nuestra organización institucional para abordar con agilidad los desafíos del futuro y velar por el cumplimiento de los planes en cada una de las 101 cuencas de nuestro país, todas las cuales tienen sus características únicas.
La “Transición Hídrica” implica un desafío de coordinación colosal. Dicha coordinación se sustentará en la construcción de capital social en torno a los problemas comunes que enfrentamos como sociedad. Invitamos al sector privado y político a levantar la mirada por sobre nuestros intereses particulares hacia un Chile en que el agua sea un impulsor del desarrollo y no un cuello de botella. En cada uno de nosotros está el cambio que se requiere.
Fuente: El Mercurio,  Lunes 23 de Septiembre de 2019

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