Jueves, Abril 25, 2024

Transformaciones territoriales y desbordes en la zona rurbana de la localidad de Bosa, Bogotá

PLATAFORMA ARQUITECTURA – Este artículo gira en torno a los conflictos entre la cultura urbanística y la cultura urbana en las áreas rurbanas de la Localidad de Bosa (Bogotá, Colombia), donde se está reproduciendo un modelo urbanístico alejado de la condición territorial de borde y de las identidades culturales de los pobladores (migrantes del campo, población indígena y colectivos de jóvenes vinculados a la cultura urbana, al deporte y al hip-hop). Del análisis bottom-up de las transformaciones de la zona se desprenden percepciones de segregación urbana y pérdida de mecanismos de gobernanza, aunque se reconocen procesos de apropiación y resignificación espacial por parte de movimientos de base de carácter rururbano, colectivo e independiente.

A continuación, lo presentamos como parte de una colaboración conjunta para contribuir a la difusión de investigaciones, análisis y opiniones que la comunidad académica nacional e internacional elabora sobre la arquitectura, los temas de la ciudad y las áreas relacionadas.

El urbanismo que se está diseñando en las áreas de borde de Bogotá (Colombia) para suplir el déficit de vivienda, similar al modelo de los grandes conjuntos de vivienda desarrollados en el norte global durante la segunda mitad el siglo XX [1] no está explorando un modelo de borde híbrido urbano-rural-ambiental, que sería pertinente desde tres perspectivas: 1) la indagación en torno a un urbanismo rururbano de borde; 2) las relaciones entre la estructura urbana y la ecosistémica, que pueden abrir la puerta a la exploración de modelos de ciudad más sostenibles, y 3) la identidad cultural de la población, mayoritariamente migrante de origen rural, que puede ser un insumo para el diseño de ciudades menos segregadas.

Este proyecto reconoce los principios de la producción y gestión social del hábitat, al considerarlo “un producto social y cultural [no una mercancía] que implica la participación activa, informada y organizada en los habitantes en su gestión y desarrollo” [2]; pero no parte de la producción de vivienda ni de los mecanismos institucionales de la participación formulados desde una óptica estatal [3], sino en una aproximación grassroot a movimientos sociales de base caracterizados por tener su propia identidad, agenda, objetivos y repertorios de acción, enfocados en la sostenibilidad y justicia social, desde valores sociales y culturales propios, aportando soluciones de abajo a arriba de forma táctica, autogestionada y en red [4].

A través de una metodología de investigación-acción [5] y del mapeo participativo mediado digitalmente entre colectivos de arquitectura y de hip-hop [6], nos enfocamos en identificar cuáles son las principales tensiones entre este modelo urbanístico desarrollista y las prácticas cotidianas de autogestión colectiva.

Metodología

El proceso metodológico se desarrolló durante un año y se estructura en tres tiempos:

El proyecto “Negociaciones urbanas” [7], de cocreación y coconstrucción de mobiliarios móviles en el barrio Parques de Bogotá, durante dos meses de residencia in situ, con talleres en el espacio público cuatro días a la semana y centrado en tres organizaciones de base: de fútbol (30 jóvenes menores de 18 años), huertas (15 adultos mayores, mayoritariamente mujeres) y hip-hop (30 personas entre 16 y 33 años). Estos colectivos hip-hop lideraron un recorrido para estudiantes de arquitectura en el que exponían los principales conceptos aquí presentados, dinámica que despertó su interés por cartografiar el contexto. A partir de ahí se propuso un “grupo de estudios” a través de redes sociales para compartir textos, canciones o películas que hagan referencia a las contradicciones territoriales abordadas [8].

El Proyecto “Mapeo al pedazo” [9]: se desarrolló durante ocho meses en formato virtual-presencial con 25 jóvenes de entre 20 y 33 años vinculados al colectivo hip-hop Golpe de Barrio (GdB). Se propuso una cartografía colectiva que integrara el lenguaje hip-hop y el de la arquitectura y que el GdB diseñó en torno a tres recorridos relacionados con tres escalas de vulnerabilidad que identifican en el territorio: la animal, la humana y la ambiental.

GdB documentó los recorridos a través de piezas audiovisuales cortas y compone y produce la canción y videoclip “Jauría”. Las situaciones urbanas que se remarcan en los recorridos son la base de la cartografía en línea sobre Google Maps [10], en la que se integran capas relativas a las dinámicas ciudadanas con capas que hacen referencia a los procesos urbanísticos.

Las narraciones de los colectivos que aquí se encuentran corresponden a los espacios de socialización en línea del proyecto.

Contexto

Bosa es una localidad del suroccidente de Bogotá que cuenta con 776.363 habitantes, la mayoría de estratos socioeconómicos 1 (13 %) y 2 (85 %). Tiene la mayor densidad poblacional de la ciudad [11] y una alta deficiencia de zonas verdes [12]. Está situada en una zona con una vasta estructura hídrica entre el río Bogotá, el río Tunjuelo y áreas de humedales, que fue construida a través de procesos informales basados en el relleno, la desecación de los suelos y el urbanismo pirata, durante la segunda mitad del siglo XX.

Tras la recalificación de suelos y usos que propuso la revisión del Plan de Ordenamiento Territorial del 2004, se están produciendo profundas transformaciones territoriales en las zonas de borde (fig. 2), donde se están construyendo miles de viviendas de interés social y prioritario (tabla 1), aunque sus indicadores de desarrollo social están por debajo de la media de la localidad y de la ciudad (tabla 2).

Desarrollo

Del proceso metodológico se han depurado cuatro conceptos que aluden a las tensiones entre las transformaciones territoriales y las prácticas cotidianas de autogestión urbana: 1) las cicatrices, 2) la repetición y el aislamiento, 3) las fronteras y 4) los desbordes.

Las cicatrices: el valor cultural y patrimonial agrícola

En las antiguas veredas rurales de San Bernardino y de San José se reconoció, en 1999, el Cabildo Indígena Muisca de Bosa, basándose en la herencia del resguardo indígena que fue abolido en 1951. Actualmente cuenta con unas 1000 familias y 3800 miembros. Las repercusiones en las formas de vida de la comunidad indígena se hicieron evidentes desde el momento de la recalificación de suelos de rurales a áreas de expansión urbana. El comunero J. S. N. lo explica así:

“Tras la modificación del POT en 2004 se produce una incertidumbre al entrar la zona en desarrollo. Comenzaron a llegar lo que llamaron los tierreros y a través de formas jurídicas y otras violencias empezaron a hacer despojo de tierras de los comuneros. La incertidumbre inmobiliaria provocó que muchos de los comuneros frenasen sus actividades de agricultura y ganadería y tuvieran que mutilar su desarrollo productivo como indígenas. Adicional a esto le subieron a la gente los impuestos de forma muy criminal, motivando a los comuneros a vender su tierra, porque los impuestos eran muy altos, no podían trabajar la tierra y no tenían como pagar los impuestos [13].”

En el 2005, el comunero José Armando Chiguazuque interpuso una acción popular contra la Alcaldía de Bogotá en la que solicitaba la paralización de obras, con el fin de proteger ecosistemas estratégicos, y reclamaba medidas de protección que fueron avaladas judicialmente. Ello dio lugar al reconocimiento del humedal La Isla.

Posteriormente, el cabildo interpuso varias acciones de tutela para participar como terceros intervinientes en las consultas previas de los planes parciales de vivienda previstos para la zona. Tras varias negativas judiciales, se viabilizó su participación en el Plan Parcial Edén-Descanso, donde se llegó al acuerdo de que 3,1 hectáreas estarían dedicadas a 500 “viviendas de interés social diferencial” para la población indígena, aunque hoy día no hay criterios para saber qué significa esta “diferenciabilidad”.

Estos acuerdos han supuesto fricciones en el interior del cabildo, pues para algunos comuneros la participación en este espacio ha permitido la perversión de los principios culturales que caracterizan las reivindicaciones del pueblo muisca:

“Muchas de estas personas ni siquiera se consideran indígenas, pero se adhieren al cabildo porque consideran que es la mejor forma para poder conseguir un mejor precio de la tierra. Aunque tengan apellidos y sus abuelos… Les importa un bledo. Hay unas lógicas muy capitalistas dentro de estos comuneros y el error fue haber centrado toda la discusión en torno al precio de la tierra y no haber construido unos valores culturales de territorio ancestral, de territorio sagrado, de lo que realmente era importante de comunidad indígena [14].”

Otros modelos territoriales rurbanos se implementaron en 1948 [15], cuando se creó el Instituto de Parcelaciones, Colonización y Defensa Forestal, que tenía como principal objetivo:

Realizar la parcelación de las tierras incultas o insuficientes explotadas, consultando las necesidades económicas y sociales del país y de cada región, dando preferencia a las zonas rurales próximas a los centros de consumo y a las vías de comunicación y procurando que las condiciones locales del respectivo predio permitan a los parcelarios vivir en las parcelas con sus familias.

En Bosa, actual zona de El Porvenir, se desarrolló uno de estos modelos de vivienda rurbana productiva (fig. 3).

La repetición y el aislamiento: Punto Muerto

Los colectivos de hip-hop han rebautizado al barrio Parques de Bogotá [16]:

“Lo llamamos Punto Muerto porque es un lugar donde no llega el transporte, donde no hay buena señal telefónica, donde no llega el internet, donde no hay un centro de salud, donde no hay nada más que la repetición de estas viviendas separadas, divididas por caños” [17].

Por un lado, se cuestiona la falta de equipamientos y espacios verdes y recreativos, lo que favorece un paisaje monofuncional de vivienda de bajo estrato socioeconómico. El equipamiento de mayor escala diseñado para la zona es un complejo penitenciario para jóvenes y adolescentes en conflicto con la ley [18]:

“De entrada, lo único que nos están diciendo es que ustedes son unos zampones […] es que ustedes lo que necesitan son jaulas y domadores para que haya convivencia y tejido social” [19].

Por otro lado, se remarca la homogeneización del entorno urbano, porque se repiten códigos de diseño y de distribución del espacio que no se adaptan a las dinámicas sociales y económicas de la población:

[…] lo que debería ser un parqueadero de carros es algo más aterrizado a lo que es la realidad de la comunidad que son sus puestos ambulantes para generar una economía o un sustento […] además hay miles de viviendas allí y no hay ninguna fuente de empleo, entonces todas las personas terminan apropiándose del espacio público para generar su subsistencia [20].

Una percepción recurrente es el desinterés de este urbanismo desarrollista con el contexto físico, social y ambiental:

[…] hacia el lado derecho es Parques de Bogotá y a la izquierda Bosa San Bernardino y lo que hay en medio es como un vacío, como la huella que deja la nueva forma de hacer gueto y la forma antigua de hacer frente al desarrollo comunitario. Y la misma imagen lo evidencia: un desinterés total con lo que ya está preexistente con lo que ya hay como comunidad y lo que ya hay con lo antiguo [21].

La construcción de estos conjuntos se ha dado en detrimento de los mecanismos de protección ambiental existentes, como la reducción de la Zona de Manejo y Preservación Ambiental del Río Bogotá de 300 a 75 metros, con el fin de habilitar suelos para la construcción de vivienda vinculada al proyecto “Ciudad río” [22], o para habilitar la construcción de los patios logísticos del Metro de Bogotá [23].

Las fronteras: mitigación del riesgo y autogestión deportiva

Las obras de mitigación del riesgo de inundación han compartimentado la vida urbana:

“El caño es lo que separa lo que es Bosa —con sus centros de salud, sus colegios o sus centros comerciales— de estas nuevas viviendas. Una de las cosas que tienes que aprender en Punto Muerto es a cómo pasarte el caño para no tener que caminar 20 o 30 minutos más para lo que tienes que hacer. Es la forma en la que la gente busca o autogestiona su conexión rápida con la ciudad. La idea de frontera está muy marcada [24].”

Son espacios que no solo limitan la permeabilidad entre sectores, tampoco están diseñados como espacios públicos recreacionales o de valor medioambiental. La experiencia del colectivo BMX Campo Alegre, junto al canal Santa Isabel en la zona rurbana de El Recreo, evidencia la capacidad de autogestión deportiva de estos espacios a través de la autoconstrucción y mantenimiento del dirt jump homónimo. Se ha desarrollado desde hace doce años sin apoyos externos, lo cual es viable al no requerir de más material que la propia tierra, agua y el esfuerzo de los participantes acomodándola en montículos.

En el 2020, este espacio fue demolido por la Alcaldía Local de Bosa, bajo criterio del Consejo Local del Riesgo, sin aviso ni concertación previa con el colectivo BMX, que ya había expresado su percepción de falta de apoyo institucional:

“El agua para hacer estas rampas es lo más denso. Aquí es donde nos damos cuenta de que no nos apoya nadie. Literalmente nadie, nadie, porque el agua la tenemos que sacar el río y del canal […] y no es que sea un agua muy agradable que digamos, pero ahí le damos con esfuerzo y de corazón, porque es lo que a nosotros nos trama [25].”

Esta rigurosidad puntual en la aplicación de los mecanismos de gestión de riesgo contrasta con el estado de acumulación de escombros y basuras en los canales y con la variabilidad en la definición técnica de zonas de amenaza por riesgo, que se mueve en función de los proyectos urbanísticos que se van a desarrollar: en el 2013 aumentó el grado de amenaza alta de inundación en la zona, que pasó a ser del 70 % del área total [26], lo cual impediría los usos urbanos. En el 2016 se anunció la construcción de 6000 viviendas de interés prioritario de iniciativa nacional —para víctimas del conflicto y desmovilizados—, para lo cual el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos actualizó los estudios disminuyendo [27] el área de suelo en alto riesgo al 1,9 %, lo que permite, por tanto, la edificación en el 98 % de la zona.

Desbordes: apropiaciones ciudadanas

En las fisuras de este modelo urbanístico hemos encontrados múltiples desbordes, apropiaciones y resignificaciones espaciales:

“Desde el mismo POT, se te mete en unos marcos rígidos, pero sin saber cuáles matices tienes como comunidad. Y al presionarla y llevarla a arrinconarla tanto, la comunidad comienza a desbordarse, bien sea por la necesidad o por identidad cultural” [28].

En algunos parques lineales se han habilitado infraestructuras de espacio público, pero se ha privilegiado la construcción de canchas deportivas cerradas y que implican cierta burocracia para su uso, situación que contrasta con el uso deportivo de zona de borde denominada Fostra del Porvenir (que se corresponde con la afectación vial de la Avenida Longitudinal del Occidente), que no tiene más acondicionamiento que el propio césped natural y cuyas “reglas de uso” de basan en acuerdos comunitarios ad hoc. También se han encontrado apropiaciones ciudadanas de la zona de afectación predial de la Avenida Longitudinal del Occidente en zonas rurales accesibles a pie en los límites administrativos del municipio de Mosquera:

“Por la ausencia misma de estos espacios se ha convertido en una TAZ [29], en un sitio de cultura, de mercadeo ambulante, de bicicletas, de acrobacias en motos. En un sitio de bikers, skaters. La misma comunidad se ha desbordado de los límites de la localidad a reclamar espacios que son indispensables para el desarrollo como comunidad [30].”

Se han reconocido varios procesos de huertas comunitarias en el interior de los conjuntos, como la desarrollada por el grupo Herederas y Herederos del Saber en el conjunto de vivienda de interés prioritario Senderos de Campo Verde. Suelen ser procesos intergeneracionales, mayoritariamente liderados por mujeres y fuertemente arraigados a tradiciones rurales de la población migrante. Son procesos frágiles que no gozan de mucho respaldo en sus comunidades y en los administradores de los conjuntos, y que posiblemente sobreviven al haber sido apoyados en su nacimiento por programas públicos [31].

Conclusiones

El urbanismo desarrollista que se está implementando en las zonas de expansión urbana del borde suroccidental de Bogotá puede abordar algunos de los problemas cuantitativos de la ciudad; pero aún tiene un gran reto por delante en la mitigación de la segregación socioespacial y la pérdida de mecanismos de gobernanza barrial. Algunas voces son muy críticas con el futuro de estos barrios:

“de alguna forma en todos los barrios aledaños a estas grandes construcciones el Estado tiene una deuda gigantesca y en vez de pagar la deuda comienza a crear nuevos territorios y a crear una nueva deuda” [32].

Pero los desbordes ciudadanos que aparecen en las fisuras de este urbanismo desarrollista muestran interesantes formas de autogestión territorial que tienen en común cierta identidad rurbana como las huertas, el dirt jump o las actividades recreativas en las zonas de afectación predial que aún no han sido urbanizadas y que pueden dar pistas para un urbanismo de borde más incluyente y sostenible ambiental y socialmente.

Ver artículo

Fuente: Plataforma Arquitectura, Lunes 15 de Noviembre de 2021

PLATAFORMA ARQUITECTURA – Este artículo gira en torno a los conflictos entre la cultura urbanística y la cultura urbana en las áreas rurbanas de la Localidad de Bosa (Bogotá, Colombia), donde se está reproduciendo un modelo urbanístico alejado de la condición territorial de borde y de las identidades culturales de los pobladores (migrantes del campo, población indígena y colectivos de jóvenes vinculados a la cultura urbana, al deporte y al hip-hop). Del análisis bottom-up de las transformaciones de la zona se desprenden percepciones de segregación urbana y pérdida de mecanismos de gobernanza, aunque se reconocen procesos de apropiación y resignificación espacial por parte de movimientos de base de carácter rururbano, colectivo e independiente.

A continuación, lo presentamos como parte de una colaboración conjunta para contribuir a la difusión de investigaciones, análisis y opiniones que la comunidad académica nacional e internacional elabora sobre la arquitectura, los temas de la ciudad y las áreas relacionadas.

El urbanismo que se está diseñando en las áreas de borde de Bogotá (Colombia) para suplir el déficit de vivienda, similar al modelo de los grandes conjuntos de vivienda desarrollados en el norte global durante la segunda mitad el siglo XX [1] no está explorando un modelo de borde híbrido urbano-rural-ambiental, que sería pertinente desde tres perspectivas: 1) la indagación en torno a un urbanismo rururbano de borde; 2) las relaciones entre la estructura urbana y la ecosistémica, que pueden abrir la puerta a la exploración de modelos de ciudad más sostenibles, y 3) la identidad cultural de la población, mayoritariamente migrante de origen rural, que puede ser un insumo para el diseño de ciudades menos segregadas.

Este proyecto reconoce los principios de la producción y gestión social del hábitat, al considerarlo “un producto social y cultural [no una mercancía] que implica la participación activa, informada y organizada en los habitantes en su gestión y desarrollo” [2]; pero no parte de la producción de vivienda ni de los mecanismos institucionales de la participación formulados desde una óptica estatal [3], sino en una aproximación grassroot a movimientos sociales de base caracterizados por tener su propia identidad, agenda, objetivos y repertorios de acción, enfocados en la sostenibilidad y justicia social, desde valores sociales y culturales propios, aportando soluciones de abajo a arriba de forma táctica, autogestionada y en red [4].

A través de una metodología de investigación-acción [5] y del mapeo participativo mediado digitalmente entre colectivos de arquitectura y de hip-hop [6], nos enfocamos en identificar cuáles son las principales tensiones entre este modelo urbanístico desarrollista y las prácticas cotidianas de autogestión colectiva.

Metodología

El proceso metodológico se desarrolló durante un año y se estructura en tres tiempos:

El proyecto “Negociaciones urbanas” [7], de cocreación y coconstrucción de mobiliarios móviles en el barrio Parques de Bogotá, durante dos meses de residencia in situ, con talleres en el espacio público cuatro días a la semana y centrado en tres organizaciones de base: de fútbol (30 jóvenes menores de 18 años), huertas (15 adultos mayores, mayoritariamente mujeres) y hip-hop (30 personas entre 16 y 33 años). Estos colectivos hip-hop lideraron un recorrido para estudiantes de arquitectura en el que exponían los principales conceptos aquí presentados, dinámica que despertó su interés por cartografiar el contexto. A partir de ahí se propuso un “grupo de estudios” a través de redes sociales para compartir textos, canciones o películas que hagan referencia a las contradicciones territoriales abordadas [8].

El Proyecto “Mapeo al pedazo” [9]: se desarrolló durante ocho meses en formato virtual-presencial con 25 jóvenes de entre 20 y 33 años vinculados al colectivo hip-hop Golpe de Barrio (GdB). Se propuso una cartografía colectiva que integrara el lenguaje hip-hop y el de la arquitectura y que el GdB diseñó en torno a tres recorridos relacionados con tres escalas de vulnerabilidad que identifican en el territorio: la animal, la humana y la ambiental.

GdB documentó los recorridos a través de piezas audiovisuales cortas y compone y produce la canción y videoclip “Jauría”. Las situaciones urbanas que se remarcan en los recorridos son la base de la cartografía en línea sobre Google Maps [10], en la que se integran capas relativas a las dinámicas ciudadanas con capas que hacen referencia a los procesos urbanísticos.

Las narraciones de los colectivos que aquí se encuentran corresponden a los espacios de socialización en línea del proyecto.

Contexto

Bosa es una localidad del suroccidente de Bogotá que cuenta con 776.363 habitantes, la mayoría de estratos socioeconómicos 1 (13 %) y 2 (85 %). Tiene la mayor densidad poblacional de la ciudad [11] y una alta deficiencia de zonas verdes [12]. Está situada en una zona con una vasta estructura hídrica entre el río Bogotá, el río Tunjuelo y áreas de humedales, que fue construida a través de procesos informales basados en el relleno, la desecación de los suelos y el urbanismo pirata, durante la segunda mitad del siglo XX.

Tras la recalificación de suelos y usos que propuso la revisión del Plan de Ordenamiento Territorial del 2004, se están produciendo profundas transformaciones territoriales en las zonas de borde (fig. 2), donde se están construyendo miles de viviendas de interés social y prioritario (tabla 1), aunque sus indicadores de desarrollo social están por debajo de la media de la localidad y de la ciudad (tabla 2).

Desarrollo

Del proceso metodológico se han depurado cuatro conceptos que aluden a las tensiones entre las transformaciones territoriales y las prácticas cotidianas de autogestión urbana: 1) las cicatrices, 2) la repetición y el aislamiento, 3) las fronteras y 4) los desbordes.

Las cicatrices: el valor cultural y patrimonial agrícola

En las antiguas veredas rurales de San Bernardino y de San José se reconoció, en 1999, el Cabildo Indígena Muisca de Bosa, basándose en la herencia del resguardo indígena que fue abolido en 1951. Actualmente cuenta con unas 1000 familias y 3800 miembros. Las repercusiones en las formas de vida de la comunidad indígena se hicieron evidentes desde el momento de la recalificación de suelos de rurales a áreas de expansión urbana. El comunero J. S. N. lo explica así:

“Tras la modificación del POT en 2004 se produce una incertidumbre al entrar la zona en desarrollo. Comenzaron a llegar lo que llamaron los tierreros y a través de formas jurídicas y otras violencias empezaron a hacer despojo de tierras de los comuneros. La incertidumbre inmobiliaria provocó que muchos de los comuneros frenasen sus actividades de agricultura y ganadería y tuvieran que mutilar su desarrollo productivo como indígenas. Adicional a esto le subieron a la gente los impuestos de forma muy criminal, motivando a los comuneros a vender su tierra, porque los impuestos eran muy altos, no podían trabajar la tierra y no tenían como pagar los impuestos [13].”

En el 2005, el comunero José Armando Chiguazuque interpuso una acción popular contra la Alcaldía de Bogotá en la que solicitaba la paralización de obras, con el fin de proteger ecosistemas estratégicos, y reclamaba medidas de protección que fueron avaladas judicialmente. Ello dio lugar al reconocimiento del humedal La Isla.

Posteriormente, el cabildo interpuso varias acciones de tutela para participar como terceros intervinientes en las consultas previas de los planes parciales de vivienda previstos para la zona. Tras varias negativas judiciales, se viabilizó su participación en el Plan Parcial Edén-Descanso, donde se llegó al acuerdo de que 3,1 hectáreas estarían dedicadas a 500 “viviendas de interés social diferencial” para la población indígena, aunque hoy día no hay criterios para saber qué significa esta “diferenciabilidad”.

Estos acuerdos han supuesto fricciones en el interior del cabildo, pues para algunos comuneros la participación en este espacio ha permitido la perversión de los principios culturales que caracterizan las reivindicaciones del pueblo muisca:

“Muchas de estas personas ni siquiera se consideran indígenas, pero se adhieren al cabildo porque consideran que es la mejor forma para poder conseguir un mejor precio de la tierra. Aunque tengan apellidos y sus abuelos… Les importa un bledo. Hay unas lógicas muy capitalistas dentro de estos comuneros y el error fue haber centrado toda la discusión en torno al precio de la tierra y no haber construido unos valores culturales de territorio ancestral, de territorio sagrado, de lo que realmente era importante de comunidad indígena [14].”

Otros modelos territoriales rurbanos se implementaron en 1948 [15], cuando se creó el Instituto de Parcelaciones, Colonización y Defensa Forestal, que tenía como principal objetivo:

Realizar la parcelación de las tierras incultas o insuficientes explotadas, consultando las necesidades económicas y sociales del país y de cada región, dando preferencia a las zonas rurales próximas a los centros de consumo y a las vías de comunicación y procurando que las condiciones locales del respectivo predio permitan a los parcelarios vivir en las parcelas con sus familias.

En Bosa, actual zona de El Porvenir, se desarrolló uno de estos modelos de vivienda rurbana productiva (fig. 3).

La repetición y el aislamiento: Punto Muerto

Los colectivos de hip-hop han rebautizado al barrio Parques de Bogotá [16]:

“Lo llamamos Punto Muerto porque es un lugar donde no llega el transporte, donde no hay buena señal telefónica, donde no llega el internet, donde no hay un centro de salud, donde no hay nada más que la repetición de estas viviendas separadas, divididas por caños” [17].

Por un lado, se cuestiona la falta de equipamientos y espacios verdes y recreativos, lo que favorece un paisaje monofuncional de vivienda de bajo estrato socioeconómico. El equipamiento de mayor escala diseñado para la zona es un complejo penitenciario para jóvenes y adolescentes en conflicto con la ley [18]:

“De entrada, lo único que nos están diciendo es que ustedes son unos zampones […] es que ustedes lo que necesitan son jaulas y domadores para que haya convivencia y tejido social” [19].

Por otro lado, se remarca la homogeneización del entorno urbano, porque se repiten códigos de diseño y de distribución del espacio que no se adaptan a las dinámicas sociales y económicas de la población:

[…] lo que debería ser un parqueadero de carros es algo más aterrizado a lo que es la realidad de la comunidad que son sus puestos ambulantes para generar una economía o un sustento […] además hay miles de viviendas allí y no hay ninguna fuente de empleo, entonces todas las personas terminan apropiándose del espacio público para generar su subsistencia [20].

Una percepción recurrente es el desinterés de este urbanismo desarrollista con el contexto físico, social y ambiental:

[…] hacia el lado derecho es Parques de Bogotá y a la izquierda Bosa San Bernardino y lo que hay en medio es como un vacío, como la huella que deja la nueva forma de hacer gueto y la forma antigua de hacer frente al desarrollo comunitario. Y la misma imagen lo evidencia: un desinterés total con lo que ya está preexistente con lo que ya hay como comunidad y lo que ya hay con lo antiguo [21].

La construcción de estos conjuntos se ha dado en detrimento de los mecanismos de protección ambiental existentes, como la reducción de la Zona de Manejo y Preservación Ambiental del Río Bogotá de 300 a 75 metros, con el fin de habilitar suelos para la construcción de vivienda vinculada al proyecto “Ciudad río” [22], o para habilitar la construcción de los patios logísticos del Metro de Bogotá [23].

Las fronteras: mitigación del riesgo y autogestión deportiva

Las obras de mitigación del riesgo de inundación han compartimentado la vida urbana:

“El caño es lo que separa lo que es Bosa —con sus centros de salud, sus colegios o sus centros comerciales— de estas nuevas viviendas. Una de las cosas que tienes que aprender en Punto Muerto es a cómo pasarte el caño para no tener que caminar 20 o 30 minutos más para lo que tienes que hacer. Es la forma en la que la gente busca o autogestiona su conexión rápida con la ciudad. La idea de frontera está muy marcada [24].”

Son espacios que no solo limitan la permeabilidad entre sectores, tampoco están diseñados como espacios públicos recreacionales o de valor medioambiental. La experiencia del colectivo BMX Campo Alegre, junto al canal Santa Isabel en la zona rurbana de El Recreo, evidencia la capacidad de autogestión deportiva de estos espacios a través de la autoconstrucción y mantenimiento del dirt jump homónimo. Se ha desarrollado desde hace doce años sin apoyos externos, lo cual es viable al no requerir de más material que la propia tierra, agua y el esfuerzo de los participantes acomodándola en montículos.

En el 2020, este espacio fue demolido por la Alcaldía Local de Bosa, bajo criterio del Consejo Local del Riesgo, sin aviso ni concertación previa con el colectivo BMX, que ya había expresado su percepción de falta de apoyo institucional:

“El agua para hacer estas rampas es lo más denso. Aquí es donde nos damos cuenta de que no nos apoya nadie. Literalmente nadie, nadie, porque el agua la tenemos que sacar el río y del canal […] y no es que sea un agua muy agradable que digamos, pero ahí le damos con esfuerzo y de corazón, porque es lo que a nosotros nos trama [25].”

Esta rigurosidad puntual en la aplicación de los mecanismos de gestión de riesgo contrasta con el estado de acumulación de escombros y basuras en los canales y con la variabilidad en la definición técnica de zonas de amenaza por riesgo, que se mueve en función de los proyectos urbanísticos que se van a desarrollar: en el 2013 aumentó el grado de amenaza alta de inundación en la zona, que pasó a ser del 70 % del área total [26], lo cual impediría los usos urbanos. En el 2016 se anunció la construcción de 6000 viviendas de interés prioritario de iniciativa nacional —para víctimas del conflicto y desmovilizados—, para lo cual el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos actualizó los estudios disminuyendo [27] el área de suelo en alto riesgo al 1,9 %, lo que permite, por tanto, la edificación en el 98 % de la zona.

Desbordes: apropiaciones ciudadanas

En las fisuras de este modelo urbanístico hemos encontrados múltiples desbordes, apropiaciones y resignificaciones espaciales:

“Desde el mismo POT, se te mete en unos marcos rígidos, pero sin saber cuáles matices tienes como comunidad. Y al presionarla y llevarla a arrinconarla tanto, la comunidad comienza a desbordarse, bien sea por la necesidad o por identidad cultural” [28].

En algunos parques lineales se han habilitado infraestructuras de espacio público, pero se ha privilegiado la construcción de canchas deportivas cerradas y que implican cierta burocracia para su uso, situación que contrasta con el uso deportivo de zona de borde denominada Fostra del Porvenir (que se corresponde con la afectación vial de la Avenida Longitudinal del Occidente), que no tiene más acondicionamiento que el propio césped natural y cuyas “reglas de uso” de basan en acuerdos comunitarios ad hoc. También se han encontrado apropiaciones ciudadanas de la zona de afectación predial de la Avenida Longitudinal del Occidente en zonas rurales accesibles a pie en los límites administrativos del municipio de Mosquera:

“Por la ausencia misma de estos espacios se ha convertido en una TAZ [29], en un sitio de cultura, de mercadeo ambulante, de bicicletas, de acrobacias en motos. En un sitio de bikers, skaters. La misma comunidad se ha desbordado de los límites de la localidad a reclamar espacios que son indispensables para el desarrollo como comunidad [30].”

Se han reconocido varios procesos de huertas comunitarias en el interior de los conjuntos, como la desarrollada por el grupo Herederas y Herederos del Saber en el conjunto de vivienda de interés prioritario Senderos de Campo Verde. Suelen ser procesos intergeneracionales, mayoritariamente liderados por mujeres y fuertemente arraigados a tradiciones rurales de la población migrante. Son procesos frágiles que no gozan de mucho respaldo en sus comunidades y en los administradores de los conjuntos, y que posiblemente sobreviven al haber sido apoyados en su nacimiento por programas públicos [31].

Conclusiones

El urbanismo desarrollista que se está implementando en las zonas de expansión urbana del borde suroccidental de Bogotá puede abordar algunos de los problemas cuantitativos de la ciudad; pero aún tiene un gran reto por delante en la mitigación de la segregación socioespacial y la pérdida de mecanismos de gobernanza barrial. Algunas voces son muy críticas con el futuro de estos barrios:

“de alguna forma en todos los barrios aledaños a estas grandes construcciones el Estado tiene una deuda gigantesca y en vez de pagar la deuda comienza a crear nuevos territorios y a crear una nueva deuda” [32].

Pero los desbordes ciudadanos que aparecen en las fisuras de este urbanismo desarrollista muestran interesantes formas de autogestión territorial que tienen en común cierta identidad rurbana como las huertas, el dirt jump o las actividades recreativas en las zonas de afectación predial que aún no han sido urbanizadas y que pueden dar pistas para un urbanismo de borde más incluyente y sostenible ambiental y socialmente.

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Fuente: Plataforma Arquitectura, Lunes 15 de Noviembre de 2021

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