Sábado, Diciembre 7, 2024

Metas en energías renovables

EL MERCURIO – La que parecía una meta ambiciosa en 2012 —producir con medios renovables no convencionales el 20% de la electricidad en 2025— se superará este año sin requerir grandes esfuerzos. Esto debería ser un motivo de celebración, más aún si se considera que a fines del próximo año la capacidad instalada de estas tecnologías debería casi doblarse. Se puede proyectar que las energías renovables no convencionales (ERNC) generarán más del 30% de la electricidad en 2025, lo que sumado a la producción de las grandes plantas hidroeléctricas (en un año pluviométrico normal) implicaría que el 60% de la electricidad sería generada con medios renovables.
Una meta de carbono neutralidad, sin embargo, es más difícil de conseguir, porque buena parte de la energía consumida en el país no es eléctrica. Para lograr tal objetivo no solo la matriz eléctrica debe ser renovable, sino que es necesario que la calefacción de los hogares, el transporte, la industria y la minería reduzcan o cesen el uso de combustibles fósiles. Esto requiere un aumento en la oferta eléctrica más allá de la tendencia debida al crecimiento nacional, porque la electricidad se requerirá para otros usos. Incluso la producción de hidrógeno verde, si se generaliza su empleo en el transporte pesado y la industria, requiere electricidad producida con recursos renovables. Esta dificultad para poder asegurar el reemplazo completo de combustibles explica que la meta de alcanzar la carbono neutralidad a 2050 dependa también de la reforestación para su cumplimiento.
Pese a que las ERNC son más que competitivas con las tecnologías convencionales, igualmente enfrentan dificultades. Dado que su provisión —en particular la solar— es variable, se debe disponer de almacenamiento para enfrentar estas variaciones. Los embalses hidroeléctricos ayudan a realizar esta tarea, pero se requiere de mucha capacidad de transmisión para que funcione un sistema en que la reducción de producción fotovoltaica del norte se compensa con hidroelectricidad del sur.
Hay mucha oposición, a menudo ambientalista, a la construcción de líneas de transmisión, lo que retrasa su entrada en servicio, y esto impide que se saquen de operaciones las centrales térmicas. Además, hay un rechazo creciente, a menudo usando también argumentos ambientalistas o de defensa de pueblos originarios, a la instalación de plantas solares o eólicas. Tampoco deben olvidarse errores de políticas públicas energéticas: el bajo monto y la forma en que se aplican los impuestos a las emisiones de carbón, y el hecho de que se pague por la existencia de miles de MW de centrales diésel obsoletas y que probablemente no podrían operar si se les exigiera hacerlo. Por el contrario, la generación ERNC no recibe todo el pago que merece su aporte al sistema. Este conjunto de factores retrasa la descarbonización de la matriz.
En todo caso, el país ha sido afortunado, si comparamos la actual situación con la de hace pocos años, cuando no se veía solución al dilema de la energía: las protestas impedían la construcción de nuevas centrales térmicas o hidráulicas de gran escala, y las energías renovables eran aún demasiado caras para usarse sin grandes subsidios. Incluso, algunas grandes empresas debieron cerrar porque los costos energéticos las hacían no competitivas. La realidad es hoy muy distinta. Si bien los consumidores residenciales siguen enfrentando altos costos, debido a contratos de suministro firmados hace años, los de las empresas son mucho menores, porque pueden contratar directamente con las firmas de generación. A mediados de la década, los costos deberían comenzar a reducirse también para los consumidores residenciales. En definitiva, la matriz eléctrica es cada vez más limpia y renovable, y esto se ha logrado sin cambiar los aspectos centrales del esquema eléctrico y sin requerir subsidios significativos.
Fuente: El Mercurio, Martes 13 de Octubre de 2020

EL MERCURIO – La que parecía una meta ambiciosa en 2012 —producir con medios renovables no convencionales el 20% de la electricidad en 2025— se superará este año sin requerir grandes esfuerzos. Esto debería ser un motivo de celebración, más aún si se considera que a fines del próximo año la capacidad instalada de estas tecnologías debería casi doblarse. Se puede proyectar que las energías renovables no convencionales (ERNC) generarán más del 30% de la electricidad en 2025, lo que sumado a la producción de las grandes plantas hidroeléctricas (en un año pluviométrico normal) implicaría que el 60% de la electricidad sería generada con medios renovables.
Una meta de carbono neutralidad, sin embargo, es más difícil de conseguir, porque buena parte de la energía consumida en el país no es eléctrica. Para lograr tal objetivo no solo la matriz eléctrica debe ser renovable, sino que es necesario que la calefacción de los hogares, el transporte, la industria y la minería reduzcan o cesen el uso de combustibles fósiles. Esto requiere un aumento en la oferta eléctrica más allá de la tendencia debida al crecimiento nacional, porque la electricidad se requerirá para otros usos. Incluso la producción de hidrógeno verde, si se generaliza su empleo en el transporte pesado y la industria, requiere electricidad producida con recursos renovables. Esta dificultad para poder asegurar el reemplazo completo de combustibles explica que la meta de alcanzar la carbono neutralidad a 2050 dependa también de la reforestación para su cumplimiento.
Pese a que las ERNC son más que competitivas con las tecnologías convencionales, igualmente enfrentan dificultades. Dado que su provisión —en particular la solar— es variable, se debe disponer de almacenamiento para enfrentar estas variaciones. Los embalses hidroeléctricos ayudan a realizar esta tarea, pero se requiere de mucha capacidad de transmisión para que funcione un sistema en que la reducción de producción fotovoltaica del norte se compensa con hidroelectricidad del sur.
Hay mucha oposición, a menudo ambientalista, a la construcción de líneas de transmisión, lo que retrasa su entrada en servicio, y esto impide que se saquen de operaciones las centrales térmicas. Además, hay un rechazo creciente, a menudo usando también argumentos ambientalistas o de defensa de pueblos originarios, a la instalación de plantas solares o eólicas. Tampoco deben olvidarse errores de políticas públicas energéticas: el bajo monto y la forma en que se aplican los impuestos a las emisiones de carbón, y el hecho de que se pague por la existencia de miles de MW de centrales diésel obsoletas y que probablemente no podrían operar si se les exigiera hacerlo. Por el contrario, la generación ERNC no recibe todo el pago que merece su aporte al sistema. Este conjunto de factores retrasa la descarbonización de la matriz.
En todo caso, el país ha sido afortunado, si comparamos la actual situación con la de hace pocos años, cuando no se veía solución al dilema de la energía: las protestas impedían la construcción de nuevas centrales térmicas o hidráulicas de gran escala, y las energías renovables eran aún demasiado caras para usarse sin grandes subsidios. Incluso, algunas grandes empresas debieron cerrar porque los costos energéticos las hacían no competitivas. La realidad es hoy muy distinta. Si bien los consumidores residenciales siguen enfrentando altos costos, debido a contratos de suministro firmados hace años, los de las empresas son mucho menores, porque pueden contratar directamente con las firmas de generación. A mediados de la década, los costos deberían comenzar a reducirse también para los consumidores residenciales. En definitiva, la matriz eléctrica es cada vez más limpia y renovable, y esto se ha logrado sin cambiar los aspectos centrales del esquema eléctrico y sin requerir subsidios significativos.
Fuente: El Mercurio, Martes 13 de Octubre de 2020

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