Viernes, Abril 19, 2024

Las ciudades circulares avanzan en el mundo: las alianzas, nuevos modelos de negocios, la energía limpia e impulso de gobiernos locales son claves en el proceso

PAÍS CIRCULAR – La pandemia del Covid-19 no hizo sino acrecentar más la crisis del modelo actual de ciudad, poniendo de relieve una serie de falencias –sobre la forma de habitar, el espacio público, el transporte, el consumo y de la manera en que creamos comunidad- que aceleraron los esfuerzos que se estaban haciendo para diseñar las nuevas ciudades del futuro. Y la respuesta está, nuevamente, en la circularidad, en una ciudad que aplica la visión de la economía circular de manera holística al diseño urbano para conseguir un desarrollo sostenible con tres ejes principales: calidad ambiental, prosperidad económica y equidad social. Ciudades como París, Ámsterdam, Austin (Texas) o Toronto muestran ya iniciativas avanzadas en esta materia, mientras la instituciones y empresas comienzan a insertarse en este nuevo ecosistema. Un position paper de Enel que define una estrategia para la implementación para las ciudades circulares es un claro ejemplo de ello.

Se dice que las ciudades están en el corazón del problema y, por lo tanto, son también el corazón de la solución. O, en otras palabras, que es allí donde se librará la batalla por la sostenibilidad futura, ya que no solo concentran a más de la mitad de la población mundial -en Chile el 88% de sus habitantes vive en ciudades-, sino que además consumen más del 75% de los recursos naturales, producen más del 50% de los residuos globales, consumen dos tercios de la energía y emiten cerca del 70% de las emisiones de carbono a nivel mundial. “El futuro del planeta nos lo jugamos en las ciudades” advertía hace ya media década el destacado economista Nicholas Stern, uno de los primeros en poner sobre la mesa el grave alcance económico y social de la crisis climática. Hoy, la solución está en la construcción de ciudades circulares.

La pandemia del Covid-19 no hizo sino acrecentar más la crisis del diseño actual de la ciudad poniendo de relieve una serie de falencias –sobre la forma de habitar, el espacio público, el transporte, el consumo y la manera en que creamos comunidad- que terminaron por acelerar los esfuerzos que se estaban haciendo para diseñar las nuevas ciudades del futuro. Y la respuesta está, nuevamente, en la circularidad, en una ciudad que aplica la visión de la economía circular al diseño urbano para conseguir un desarrollo sostenible con tres ejes principales: calidad ambiental, prosperidad económica y equidad social.

Quizás una de las mejores conceptualizaciones que se han hecho al respecto en el último tiempo están en un position paper presentado a fines de 2020 por Enel como parte de su estrategia global, que no solo analiza el contexto en que nos encontramos, sino que define una estrategia sobre cómo construir la ciudad circular del futuro y el rol que en ello tendrán cada uno de los actores involucrados.

En esta visión, el paso de la ciudad inteligente -concepto previo en el que se venía trabajando- a la ciudad circular “consiste en la transición de una visión focalizada principalmente en las nuevas tecnologías y en las ventajas que estas pueden ofrecer, a una visión donde las tecnologías continúan teniendo un rol importante, pero se insertan en una visión holística cuyos objetivos son la competitividad económica, la sostenibilidad ambiental y la inclusión social”, afirma el documento.

Este análisis contiene además un punto importante en la transformación urbana hacia una economía circular para un futuro sostenible: la resolución de desafíos no puede abordarse de manera aislada, porque las ciudades son sistemas interconectados, integrados en circuitos regionales y globales, por lo que eventuales mejoras realizadas a escala local en una ciudad generarán impacto en muchas otras. Los nuevos negocios y la innovación impulsados por la economía circular generarán además nuevos puestos de trabajo en sectores de fabricación, las reparaciones y los servicios, que presentan al mismo tiempo nuevas oportunidades de desarrollo a nivel local.

La implementación de la economía circular a la planificación de las ciudades requerirá de varios cambios: la fijación de objetivos claros y la participación de todos los actores, donde las gobernanzas y las alianzas público-privadas tendrán un rol central; contar con una mayor oferta de energías renovables y la aplicación a gran escala de la eficiencia energética; la implementación de nuevos modelos de negocios, con la servitización como un pilar fundamental; nuevas formas de movilidad urbanas, más eficientes y menos contaminantes, entre otras. Y en ello, la tecnología ciertamente jugará un rol central, pero sin olvidar que estas deben ponerse al servicio de la calidad de vida en las ciudades.

“La colaboración público-privada ya no es un elemento habilitante, entre muchos otros, de un modelo de desarrollo más sostenible y de crecimiento más inclusivo. Más bien, se convierte en el fundamento esencial del paradigma circular, es decir, es el eje sobre el que se construye la subsidiariedad horizontal en el contexto urbano, y es la base para desarrollar soluciones industriales orientadas a mejorar la calidad de vida en las ciudades del futuro”, afirma el documento de Enel.

París y Ámsterdam marcan la ruta

Aunque pueda parecer lejano, lo cierto es que hoy se trabaja aceleradamente en la transformación de las ciudades hacia la circularidad. Ejemplos abundan, y no es casualidad. Las ciudades y las áreas metropolitanas son centros neurálgicos del desarrollo económico y contribuyen con el 80% del PIB mundial. Como importantes motores del desarrollo económico, son claves en la transición hacia la economía circular y en sacar adelante la agenda para destrabar beneficios económicos, ambientales y sociales.

A nivel global, hay dos ciudades que están marcando liderazgo en estas materias. Una de ellas es París, donde el concepto “ciudad de 15 minutos” -surgido de La Sorbona- se comenzó a implementar el año pasado para responder con una recuperación sostenible a la crisis derivada del Covid-19.

A contrapelo de la planificación urbana del último siglo que apunta a separar el espacio residencial del trabajo, el comercio, la industria y el entretenimiento, la “ciudad de 15 minutos” propone que ninguna persona necesite desplazarse más de un cuarto de hora caminando o en bicicleta para acceder a cualquiera de estos servicios. La idea es que el diseño de la urbe permita que las personas disfruten el espacio que habitan y su barrio (topofilia), que la superficie edificada sirva a múltiples propósitos (cronotopia) y que el ritmo de la ciudad sea más acorde al ritmo de vida de las personas (cronourbanismo).

Pensada como una respuesta al cambio climático, busca una disminución de los largos desplazamientos diarios de las personas en vehículos -públicos o privados- y así mejorar la calidad de vida, disminuir la contaminación e incrementar las áreas verdes y vegetación de las ciudades. Entre otras modificaciones, incluye la reutilización de mobiliario urbano y la mezcla de barrios habitacionales con comercio. Ciudades como Melbourne, Ottawa, Detroit y Copenhague ya están implementando este tipo de acciones.

La otra urbe que está liderando en esta materia es Ámsterdam. En una Holanda que se ha propuesto reducir a la mitad el uso de materias primas para 2030 y trasformarse en una urbe 100% circular al 2050, está impulsando una perspectiva distinta la forma en que los habitantes producen, procesan y consumen los bienes y servicios que fluyen en la ciudad. Para lograrlo ha puesto el foco en la economía colaborativa y la Teoría de Doughnut (desarrollada por la economista británica Kate Raworth), con el objetivo de promover nuevas oportunidades de negocio y de generar beneficios sociales, en equilibrio con los límites de los sistemas naturales del planeta.

El plan denominado “Amsterdam’s Sharing Economy Action Plan” se basa en cinco pilares: apoyar proyectos pilotos, predicar con el ejemplo, extender la economía colaborativa a todos sus residentes, desarrollar reglas y normas y establecer una ciudad de intercambio. Esto en múltiples áreas de oportunidad, lo que incluye compartir vivienda, productos, oficinas y el transporte.

Allí hoy se multiplican las plataformas de uso compartido, que suman más de 150, y los nuevos modelos de negocios circulares. Entre ellas destacan Peerby, una aplicación que conecta personas que necesitan pedir prestado o alquilar un artículo y donde se pueden encontrar desde herramientas hasta juegos de mesa; MotoShare, aplicación que conecta a propietarios de motocicletas o automóviles con personas que necesitan usar uno temporalmente, y que se ha extendido a otros países como España; o LENA, una “biblioteca de modas”, en donde los clientes pueden alquilar artículos de moda de alta calidad por única vez, u obtener acceso a la ropa que se ofrece a través de un servicio de suscripción.

Alianzas, la clave para impulsar la circularidad

Muchas de las ciudades que hoy están transitando hacia la circularidad, no lo están haciendo solas. Uno de los mayores grupos que trabaja en esta materia es “Ciudades C40”, de las que forma parte Santiago de Chile y que, en rigor, hoy está constituido por 97 grandes urbes del mundo en las que viven 1 de cada 12 personas del planeta. Se trata de una alianza internacional de ciudades para luchar contra la crisis climática y una recuperación sostenible post pandemia, que incluye la incorporación de iniciativas de economía circular, eficiencia hídrica y transporte limpio, entre otras.

En este último aspecto, Santiago ocupa un lugar destacado. En 2018, una alianza entre Enel X, Metbus y BYD introdujo los primeros 100 autobuses eléctricos en la red de transporte público de la ciudad; al año siguiente, Chile se convirtió en el primer país de América Latina en tener un corredor eléctrico sostenible y hoy, con 776 buses, posee la mayor flota  eléctrica del mundo, fuera de China.

Y en enero de 2020, Enel X presentó el proyecto Electroruta de Chile, que prevé una inversión de 13 millones de euros hasta 2024 para instalar 1.200 puntos de recarga en todo el territorio chileno. Se estima que antes de 2025, circularán en el país casi 82.000 vehículos eléctricos, y el objetivo es que todas las ciudades del país con más de 50.000 habitantes tengan al menos un punto de recarga, además de los instalados en las carreteras, a una distancia mínima de 100 kilómetros entre sí.

En materia de energías limpias, en septiembre pasado 12 grandes ciudades del C40 que representan a 36 millones de personas, encabezadas por las influyentes Londres y Nueva York, lanzaron una declaración comprometiéndose a desinvertir en empresas de combustibles fósiles y abogar por una mayor inversión sostenible, como parte de sus acciones para acelerar una recuperación ecológica y justa tras el Covid-19.

Otra alianza es Urban20, que en octubre pasado convocó a los líderes del G20 a colaborar con las ciudades para una recuperación verde y justa, y acelerar el progreso hacia un futuro inclusivo y neutral en carbono, con nuevos mecanismos financieros para desarrollar ciudades a escala humana y potenciar la colaboración nacional y local para salvaguardar el planeta, incluyendo el acelerar la transición a una economía circular.

El rol público para incentivar los mercados

El rol de los gobiernos, centrales y locales, también será clave en esta transformación. Un ejemplo es Toronto, en Canadá, donde la ciudad busca aprovechar su poder adquisitivo, cercano a los 2 mil millones de dólares canadienses en contratos públicos anuales, para impulsar la innovación del mercado. En 2016, el Consejo de la Ciudad aprobó una estrategia a largo plazo para la gestión de residuos (Long Term Waste Management Strategy) y formó un grupo de trabajo multidisciplinario para aplicar los principios de la economía circular a los procesos de compras públicas de la ciudad.

San Francisco, en California, adoptó en 2018 una nueva norma que exige que todas las alfombras instaladas en los departamentos de la ciudad sean certificadas como Cradle to Cradle Silver como mínimo, o superior, y no contener antimicrobianos, compuestos organofluorados, productos químicos ignífugos u otros productos químicos de interés. El desarrollo de normas ha demostrado que es viable tener más especificaciones de economía circular y que pueden ser utilizadas para desarrollar el mercado y hacer que el reciclaje y la captura para reutilización sean más habituales.

Otro ejemplo es la ciudad de Austin, en Texas, que en su ambición de ser cero residuos a 2040 rápidamente generó la necesidad de encontrar valor en materiales descartados. Esto llevó a la creación de Austin Materials Marketplace, una plataforma de intercambio en línea, donde la premisa es que el residuo de una empresa puede ser la materia prima de otra creando un ciclo cerrado, lo que ayuda a que las empresas resuelvan sus necesidades de comercialización y generen una fuente de ingresos en el proceso. A mediados de 2019, las transacciones generaron más de 400 toneladas y materiales desviados del vertedero y evitaron más de 950 millones de toneladas de emisiones de carbono.

Hoy la incorporación de la economía circular en múltiples sectores de producción y consumo nos pone también el desafío de repensar las ciudades y cómo interactúan sus distintos subsistemas, creando a la vez un nuevo sistema de desarrollo económico. Ya son múltiples los ejemplos que están surgiendo en el mundo que, gracias a una colaboración activa, abierta y con objetivos claros, están transformando la calidad de vida de las grandes urbes.

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Fuente: País Circular, Miércoles 03 de Marzo de 2021

PAÍS CIRCULAR – La pandemia del Covid-19 no hizo sino acrecentar más la crisis del modelo actual de ciudad, poniendo de relieve una serie de falencias –sobre la forma de habitar, el espacio público, el transporte, el consumo y de la manera en que creamos comunidad- que aceleraron los esfuerzos que se estaban haciendo para diseñar las nuevas ciudades del futuro. Y la respuesta está, nuevamente, en la circularidad, en una ciudad que aplica la visión de la economía circular de manera holística al diseño urbano para conseguir un desarrollo sostenible con tres ejes principales: calidad ambiental, prosperidad económica y equidad social. Ciudades como París, Ámsterdam, Austin (Texas) o Toronto muestran ya iniciativas avanzadas en esta materia, mientras la instituciones y empresas comienzan a insertarse en este nuevo ecosistema. Un position paper de Enel que define una estrategia para la implementación para las ciudades circulares es un claro ejemplo de ello.

Se dice que las ciudades están en el corazón del problema y, por lo tanto, son también el corazón de la solución. O, en otras palabras, que es allí donde se librará la batalla por la sostenibilidad futura, ya que no solo concentran a más de la mitad de la población mundial -en Chile el 88% de sus habitantes vive en ciudades-, sino que además consumen más del 75% de los recursos naturales, producen más del 50% de los residuos globales, consumen dos tercios de la energía y emiten cerca del 70% de las emisiones de carbono a nivel mundial. “El futuro del planeta nos lo jugamos en las ciudades” advertía hace ya media década el destacado economista Nicholas Stern, uno de los primeros en poner sobre la mesa el grave alcance económico y social de la crisis climática. Hoy, la solución está en la construcción de ciudades circulares.

La pandemia del Covid-19 no hizo sino acrecentar más la crisis del diseño actual de la ciudad poniendo de relieve una serie de falencias –sobre la forma de habitar, el espacio público, el transporte, el consumo y la manera en que creamos comunidad- que terminaron por acelerar los esfuerzos que se estaban haciendo para diseñar las nuevas ciudades del futuro. Y la respuesta está, nuevamente, en la circularidad, en una ciudad que aplica la visión de la economía circular al diseño urbano para conseguir un desarrollo sostenible con tres ejes principales: calidad ambiental, prosperidad económica y equidad social.

Quizás una de las mejores conceptualizaciones que se han hecho al respecto en el último tiempo están en un position paper presentado a fines de 2020 por Enel como parte de su estrategia global, que no solo analiza el contexto en que nos encontramos, sino que define una estrategia sobre cómo construir la ciudad circular del futuro y el rol que en ello tendrán cada uno de los actores involucrados.

En esta visión, el paso de la ciudad inteligente -concepto previo en el que se venía trabajando- a la ciudad circular “consiste en la transición de una visión focalizada principalmente en las nuevas tecnologías y en las ventajas que estas pueden ofrecer, a una visión donde las tecnologías continúan teniendo un rol importante, pero se insertan en una visión holística cuyos objetivos son la competitividad económica, la sostenibilidad ambiental y la inclusión social”, afirma el documento.

Este análisis contiene además un punto importante en la transformación urbana hacia una economía circular para un futuro sostenible: la resolución de desafíos no puede abordarse de manera aislada, porque las ciudades son sistemas interconectados, integrados en circuitos regionales y globales, por lo que eventuales mejoras realizadas a escala local en una ciudad generarán impacto en muchas otras. Los nuevos negocios y la innovación impulsados por la economía circular generarán además nuevos puestos de trabajo en sectores de fabricación, las reparaciones y los servicios, que presentan al mismo tiempo nuevas oportunidades de desarrollo a nivel local.

La implementación de la economía circular a la planificación de las ciudades requerirá de varios cambios: la fijación de objetivos claros y la participación de todos los actores, donde las gobernanzas y las alianzas público-privadas tendrán un rol central; contar con una mayor oferta de energías renovables y la aplicación a gran escala de la eficiencia energética; la implementación de nuevos modelos de negocios, con la servitización como un pilar fundamental; nuevas formas de movilidad urbanas, más eficientes y menos contaminantes, entre otras. Y en ello, la tecnología ciertamente jugará un rol central, pero sin olvidar que estas deben ponerse al servicio de la calidad de vida en las ciudades.

“La colaboración público-privada ya no es un elemento habilitante, entre muchos otros, de un modelo de desarrollo más sostenible y de crecimiento más inclusivo. Más bien, se convierte en el fundamento esencial del paradigma circular, es decir, es el eje sobre el que se construye la subsidiariedad horizontal en el contexto urbano, y es la base para desarrollar soluciones industriales orientadas a mejorar la calidad de vida en las ciudades del futuro”, afirma el documento de Enel.

París y Ámsterdam marcan la ruta

Aunque pueda parecer lejano, lo cierto es que hoy se trabaja aceleradamente en la transformación de las ciudades hacia la circularidad. Ejemplos abundan, y no es casualidad. Las ciudades y las áreas metropolitanas son centros neurálgicos del desarrollo económico y contribuyen con el 80% del PIB mundial. Como importantes motores del desarrollo económico, son claves en la transición hacia la economía circular y en sacar adelante la agenda para destrabar beneficios económicos, ambientales y sociales.

A nivel global, hay dos ciudades que están marcando liderazgo en estas materias. Una de ellas es París, donde el concepto “ciudad de 15 minutos” -surgido de La Sorbona- se comenzó a implementar el año pasado para responder con una recuperación sostenible a la crisis derivada del Covid-19.

A contrapelo de la planificación urbana del último siglo que apunta a separar el espacio residencial del trabajo, el comercio, la industria y el entretenimiento, la “ciudad de 15 minutos” propone que ninguna persona necesite desplazarse más de un cuarto de hora caminando o en bicicleta para acceder a cualquiera de estos servicios. La idea es que el diseño de la urbe permita que las personas disfruten el espacio que habitan y su barrio (topofilia), que la superficie edificada sirva a múltiples propósitos (cronotopia) y que el ritmo de la ciudad sea más acorde al ritmo de vida de las personas (cronourbanismo).

Pensada como una respuesta al cambio climático, busca una disminución de los largos desplazamientos diarios de las personas en vehículos -públicos o privados- y así mejorar la calidad de vida, disminuir la contaminación e incrementar las áreas verdes y vegetación de las ciudades. Entre otras modificaciones, incluye la reutilización de mobiliario urbano y la mezcla de barrios habitacionales con comercio. Ciudades como Melbourne, Ottawa, Detroit y Copenhague ya están implementando este tipo de acciones.

La otra urbe que está liderando en esta materia es Ámsterdam. En una Holanda que se ha propuesto reducir a la mitad el uso de materias primas para 2030 y trasformarse en una urbe 100% circular al 2050, está impulsando una perspectiva distinta la forma en que los habitantes producen, procesan y consumen los bienes y servicios que fluyen en la ciudad. Para lograrlo ha puesto el foco en la economía colaborativa y la Teoría de Doughnut (desarrollada por la economista británica Kate Raworth), con el objetivo de promover nuevas oportunidades de negocio y de generar beneficios sociales, en equilibrio con los límites de los sistemas naturales del planeta.

El plan denominado “Amsterdam’s Sharing Economy Action Plan” se basa en cinco pilares: apoyar proyectos pilotos, predicar con el ejemplo, extender la economía colaborativa a todos sus residentes, desarrollar reglas y normas y establecer una ciudad de intercambio. Esto en múltiples áreas de oportunidad, lo que incluye compartir vivienda, productos, oficinas y el transporte.

Allí hoy se multiplican las plataformas de uso compartido, que suman más de 150, y los nuevos modelos de negocios circulares. Entre ellas destacan Peerby, una aplicación que conecta personas que necesitan pedir prestado o alquilar un artículo y donde se pueden encontrar desde herramientas hasta juegos de mesa; MotoShare, aplicación que conecta a propietarios de motocicletas o automóviles con personas que necesitan usar uno temporalmente, y que se ha extendido a otros países como España; o LENA, una “biblioteca de modas”, en donde los clientes pueden alquilar artículos de moda de alta calidad por única vez, u obtener acceso a la ropa que se ofrece a través de un servicio de suscripción.

Alianzas, la clave para impulsar la circularidad

Muchas de las ciudades que hoy están transitando hacia la circularidad, no lo están haciendo solas. Uno de los mayores grupos que trabaja en esta materia es “Ciudades C40”, de las que forma parte Santiago de Chile y que, en rigor, hoy está constituido por 97 grandes urbes del mundo en las que viven 1 de cada 12 personas del planeta. Se trata de una alianza internacional de ciudades para luchar contra la crisis climática y una recuperación sostenible post pandemia, que incluye la incorporación de iniciativas de economía circular, eficiencia hídrica y transporte limpio, entre otras.

En este último aspecto, Santiago ocupa un lugar destacado. En 2018, una alianza entre Enel X, Metbus y BYD introdujo los primeros 100 autobuses eléctricos en la red de transporte público de la ciudad; al año siguiente, Chile se convirtió en el primer país de América Latina en tener un corredor eléctrico sostenible y hoy, con 776 buses, posee la mayor flota  eléctrica del mundo, fuera de China.

Y en enero de 2020, Enel X presentó el proyecto Electroruta de Chile, que prevé una inversión de 13 millones de euros hasta 2024 para instalar 1.200 puntos de recarga en todo el territorio chileno. Se estima que antes de 2025, circularán en el país casi 82.000 vehículos eléctricos, y el objetivo es que todas las ciudades del país con más de 50.000 habitantes tengan al menos un punto de recarga, además de los instalados en las carreteras, a una distancia mínima de 100 kilómetros entre sí.

En materia de energías limpias, en septiembre pasado 12 grandes ciudades del C40 que representan a 36 millones de personas, encabezadas por las influyentes Londres y Nueva York, lanzaron una declaración comprometiéndose a desinvertir en empresas de combustibles fósiles y abogar por una mayor inversión sostenible, como parte de sus acciones para acelerar una recuperación ecológica y justa tras el Covid-19.

Otra alianza es Urban20, que en octubre pasado convocó a los líderes del G20 a colaborar con las ciudades para una recuperación verde y justa, y acelerar el progreso hacia un futuro inclusivo y neutral en carbono, con nuevos mecanismos financieros para desarrollar ciudades a escala humana y potenciar la colaboración nacional y local para salvaguardar el planeta, incluyendo el acelerar la transición a una economía circular.

El rol público para incentivar los mercados

El rol de los gobiernos, centrales y locales, también será clave en esta transformación. Un ejemplo es Toronto, en Canadá, donde la ciudad busca aprovechar su poder adquisitivo, cercano a los 2 mil millones de dólares canadienses en contratos públicos anuales, para impulsar la innovación del mercado. En 2016, el Consejo de la Ciudad aprobó una estrategia a largo plazo para la gestión de residuos (Long Term Waste Management Strategy) y formó un grupo de trabajo multidisciplinario para aplicar los principios de la economía circular a los procesos de compras públicas de la ciudad.

San Francisco, en California, adoptó en 2018 una nueva norma que exige que todas las alfombras instaladas en los departamentos de la ciudad sean certificadas como Cradle to Cradle Silver como mínimo, o superior, y no contener antimicrobianos, compuestos organofluorados, productos químicos ignífugos u otros productos químicos de interés. El desarrollo de normas ha demostrado que es viable tener más especificaciones de economía circular y que pueden ser utilizadas para desarrollar el mercado y hacer que el reciclaje y la captura para reutilización sean más habituales.

Otro ejemplo es la ciudad de Austin, en Texas, que en su ambición de ser cero residuos a 2040 rápidamente generó la necesidad de encontrar valor en materiales descartados. Esto llevó a la creación de Austin Materials Marketplace, una plataforma de intercambio en línea, donde la premisa es que el residuo de una empresa puede ser la materia prima de otra creando un ciclo cerrado, lo que ayuda a que las empresas resuelvan sus necesidades de comercialización y generen una fuente de ingresos en el proceso. A mediados de 2019, las transacciones generaron más de 400 toneladas y materiales desviados del vertedero y evitaron más de 950 millones de toneladas de emisiones de carbono.

Hoy la incorporación de la economía circular en múltiples sectores de producción y consumo nos pone también el desafío de repensar las ciudades y cómo interactúan sus distintos subsistemas, creando a la vez un nuevo sistema de desarrollo económico. Ya son múltiples los ejemplos que están surgiendo en el mundo que, gracias a una colaboración activa, abierta y con objetivos claros, están transformando la calidad de vida de las grandes urbes.

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Fuente: País Circular, Miércoles 03 de Marzo de 2021

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