Lunes, Diciembre 9, 2024

Internet en tiempos de covid-19, por Jorge Atton

EL MERCURIO – La pandemia nos cambió la vida. Esta debe ser la única verdad incuestionable en este momento. Tuvimos que adaptarnos. Los que vivían solos quedaron más solos. Los que apenas cabían juntos, se apretaron como pudieron. Cuarentena, la consigna para salvar vidas. Hubo que acelerar con dientes apretados una adopción digital exprés y arreglarse en el camino. Millones de hogares, empresas e instituciones en Chile y el mundo viviendo una inducción forzada al teletrabajo, a la educación a distancia, a la telemedicina, al comercio electrónico, al Estado en línea y otras formas de vida digital que —hasta hace poco— muchos desconocían.
Y todo eso, claro, sin dejar de usar internet para lo de siempre: streaming, música, videojuegos y redes sociales. Internet nos está ayudando a llevar de mejor forma la cuarentena. A la mayoría al menos, porque también hay familias mal conectadas y no conectadas, que deben preocuparnos.
Sin duda, algo positivo que ha quedado de manifiesto durante la epidemia ha sido la capacidad de las redes de telecomunicaciones para soportar —sin colapsar— la sobredemanda histórica de datos que está trayendo este cambio en la vida del país. Mérito también de técnicos, ingenieros y profesionales de las telecomunicaciones que han mantenido las redes activas durante esta crisis sanitaria. Una labor esencial que debemos reconocer.
Las redes chilenas han enfrentado un crecimiento de hasta 50% en el consumo. Pese a este mayor tráfico repentino, ninguna red importante de banda ancha se ha caído por el tráfico o congestión. Hemos sabido de interrupciones temporales, pero no por uso masivo.
Que Chile tenga hoy la capacidad suficiente para absorber un crecimiento exponencial —e inesperado— de la demanda de datos tiene sus cimientos en políticas públicas y decisiones privadas de inversión de largo plazo. A diciembre de 2019, más de la mitad de los hogares en Chile tenía acceso a una red fija de banda ancha y existían más de 16 millones de dispositivos móviles con acceso a redes 4G. Esta realidad era muy distinta hace 10 años. Tras el terremoto de 2010, en Chile solo había menos de un 10% de hogares con acceso a internet fija y no existían redes 4G. En plena catástrofe, las redes no dieron abasto y colapsaron.
En ese entonces, fue nítida la necesidad de reforzar la calidad y cobertura de la infraestructura digital. Para ello se hizo indispensable hacer reformas estructurales, establecer reglas claras para fomentar la inversión, competencia e innovación tecnológica, en una industria hasta entonces con características oligopólicas.
Por eso se liberó, de forma pionera en Latinoamérica, espectro radioeléctrico para desarrollar tecnologías 4G, pese a que muchos se opusieron por considerarlo prematuro. También se implementó la portabilidad numérica y se bajaron los cargos de acceso para incentivar la competencia. Se entregaron subsidios para conectar zonas aisladas y se innovó en la entrega de espectro, estableciendo contraprestaciones de cobertura de servicios a miles de localidades aisladas.
La pregunta que debemos hacernos ahora es: ¿las políticas públicas de telecomunicaciones están a la altura de los futuros desafíos? Creo que no. Lamentablemente en los últimos años solo se ha estado administrando la contingencia y no ha habido una mirada estratégica. El mejor ejemplo es el triste espectáculo que ha dado Chile en la implementación de 5G; siendo un país pionero en innovación tecnológica, hoy está rezagado.
Es importante que las políticas públicas en telecomunicaciones vuelvan a ser miradas con visión de largo plazo y se inspiren en mantener y mejorar el índice de competividad chileno respecto de la región y del mundo. Este cambio significará una aceleración de la economía digital sin precedentes y el desafío de Chile es incorporarse a la economía digital a gran velocidad. En este contexto, es necesario tener redes que nos permitan competir en esta economía digital sin fronteras y para eso se requiere un acuerdo público-privado sólido que facilite el despliegue adicional de infraestructura. Necesitamos inyectar mayores recursos para reducir la brecha digital, implementar la tecnología 5G, liberar restricciones del pasado en cuanto a instalación de infraestructura de telecomunicaciones, actualizar y revisar las normas de neutralidad de red, tener disponible espectro adicional, entre otras acciones urgentes.
Por esto, es indispensable seguir promoviendo la inversión privada y pública en redes de mayor capacidad, con foco en la calidad y la cobertura. Por esa misma razón, parece razonable asumir que la única manera de estar realmente preparados es promover hoy las inversiones en conectividad que nos permitirán sortear adecuadamente los desafíos del mañana y la creciente demanda que nuestro país seguirá teniendo por estos servicios. Pero para ello es fundamental que las políticas públicas definan reglas claras y estables en el largo plazo.
Fuente: El Mercurio, Jueves 30 de Abril de 2020

EL MERCURIO – La pandemia nos cambió la vida. Esta debe ser la única verdad incuestionable en este momento. Tuvimos que adaptarnos. Los que vivían solos quedaron más solos. Los que apenas cabían juntos, se apretaron como pudieron. Cuarentena, la consigna para salvar vidas. Hubo que acelerar con dientes apretados una adopción digital exprés y arreglarse en el camino. Millones de hogares, empresas e instituciones en Chile y el mundo viviendo una inducción forzada al teletrabajo, a la educación a distancia, a la telemedicina, al comercio electrónico, al Estado en línea y otras formas de vida digital que —hasta hace poco— muchos desconocían.
Y todo eso, claro, sin dejar de usar internet para lo de siempre: streaming, música, videojuegos y redes sociales. Internet nos está ayudando a llevar de mejor forma la cuarentena. A la mayoría al menos, porque también hay familias mal conectadas y no conectadas, que deben preocuparnos.
Sin duda, algo positivo que ha quedado de manifiesto durante la epidemia ha sido la capacidad de las redes de telecomunicaciones para soportar —sin colapsar— la sobredemanda histórica de datos que está trayendo este cambio en la vida del país. Mérito también de técnicos, ingenieros y profesionales de las telecomunicaciones que han mantenido las redes activas durante esta crisis sanitaria. Una labor esencial que debemos reconocer.
Las redes chilenas han enfrentado un crecimiento de hasta 50% en el consumo. Pese a este mayor tráfico repentino, ninguna red importante de banda ancha se ha caído por el tráfico o congestión. Hemos sabido de interrupciones temporales, pero no por uso masivo.
Que Chile tenga hoy la capacidad suficiente para absorber un crecimiento exponencial —e inesperado— de la demanda de datos tiene sus cimientos en políticas públicas y decisiones privadas de inversión de largo plazo. A diciembre de 2019, más de la mitad de los hogares en Chile tenía acceso a una red fija de banda ancha y existían más de 16 millones de dispositivos móviles con acceso a redes 4G. Esta realidad era muy distinta hace 10 años. Tras el terremoto de 2010, en Chile solo había menos de un 10% de hogares con acceso a internet fija y no existían redes 4G. En plena catástrofe, las redes no dieron abasto y colapsaron.
En ese entonces, fue nítida la necesidad de reforzar la calidad y cobertura de la infraestructura digital. Para ello se hizo indispensable hacer reformas estructurales, establecer reglas claras para fomentar la inversión, competencia e innovación tecnológica, en una industria hasta entonces con características oligopólicas.
Por eso se liberó, de forma pionera en Latinoamérica, espectro radioeléctrico para desarrollar tecnologías 4G, pese a que muchos se opusieron por considerarlo prematuro. También se implementó la portabilidad numérica y se bajaron los cargos de acceso para incentivar la competencia. Se entregaron subsidios para conectar zonas aisladas y se innovó en la entrega de espectro, estableciendo contraprestaciones de cobertura de servicios a miles de localidades aisladas.
La pregunta que debemos hacernos ahora es: ¿las políticas públicas de telecomunicaciones están a la altura de los futuros desafíos? Creo que no. Lamentablemente en los últimos años solo se ha estado administrando la contingencia y no ha habido una mirada estratégica. El mejor ejemplo es el triste espectáculo que ha dado Chile en la implementación de 5G; siendo un país pionero en innovación tecnológica, hoy está rezagado.
Es importante que las políticas públicas en telecomunicaciones vuelvan a ser miradas con visión de largo plazo y se inspiren en mantener y mejorar el índice de competividad chileno respecto de la región y del mundo. Este cambio significará una aceleración de la economía digital sin precedentes y el desafío de Chile es incorporarse a la economía digital a gran velocidad. En este contexto, es necesario tener redes que nos permitan competir en esta economía digital sin fronteras y para eso se requiere un acuerdo público-privado sólido que facilite el despliegue adicional de infraestructura. Necesitamos inyectar mayores recursos para reducir la brecha digital, implementar la tecnología 5G, liberar restricciones del pasado en cuanto a instalación de infraestructura de telecomunicaciones, actualizar y revisar las normas de neutralidad de red, tener disponible espectro adicional, entre otras acciones urgentes.
Por esto, es indispensable seguir promoviendo la inversión privada y pública en redes de mayor capacidad, con foco en la calidad y la cobertura. Por esa misma razón, parece razonable asumir que la única manera de estar realmente preparados es promover hoy las inversiones en conectividad que nos permitirán sortear adecuadamente los desafíos del mañana y la creciente demanda que nuestro país seguirá teniendo por estos servicios. Pero para ello es fundamental que las políticas públicas definan reglas claras y estables en el largo plazo.
Fuente: El Mercurio, Jueves 30 de Abril de 2020

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