Sábado, Diciembre 7, 2024

Huella del agua: una herramienta fundamental para la gestión sustentable del agua y potenciar la seguridad hídrica, por Patricio Neumann y Gladys Vidal

CIPER – Conocer cuánta agua necesitamos para producir bienes y servicios —a nivel local e internacional— nos permite tener una visión integral de esta materia.

¿Cuánta agua dulce cuesta fabricar un kilo de carne o una polera? La huella hídrica es una herramienta que nos ayuda a responder esta pregunta y a planificar de mejor forma los recursos hídricos con los que contamos. Conocer cuánta agua necesitamos para producir bienes y servicios —a nivel local e internacional— nos permite tener una visión integral de esta materia. Sin embargo, advierten los autores de esta columna, enfocar todo a la eficiencia hídrica no nos permitirá combatir la escasez realmente, pues para eso necesitamos abordar de manera integrada la gestión de los recursos hídricos.

Este artículo presenta la perspectiva de los autores en base a su experticia en la temática, y se sustenta en información generada por el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (ANID/FONDAP/15130015) y los resultados de diversos proyectos de investigación en los que los autores han participado, incluyendo PAI/CONICYT/78141300, ANID/Fondecyt/11190994 e INNNOVA BIO BIO No 13.3327-IN.IIP, entre otros.

Los autores/as no trabajan, comparten o reciben financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, no deben transparentar ninguna militancia política ni afiliación relevante más allá de su condición de académico investigador.

La escasez hídrica que atraviesa Chile se debe a diversos factores. Uno de ellos es que no contamos con la suficiente información para saber cuánta agua tenemos en un territorio determinado, y cuánto debiéramos gastar en los diferentes consumos a los que se destina. Esto podría solucionarse, en gran medida, si la gestión de los recursos se hiciera en base a las cuencas hidrográficas — entendidas como el territorio a través del cual las aguas son drenadas por un único río o cuerpo de agua—, lo que ayudaría a implementar estrategias de manejo integrado que conecten la información sobre el agua que tenemos, lo que podemos gastar y lo que necesitamos.

Ahora bien, para implementar estas estrategias se requiere el uso de indicadores que nos permitan planificar, establecer metas y verificar los avances logrados. Uno de estos indicadores es la huella del agua (o huella hídrica), entendida como el volumen total de agua dulce necesario para producir los bienes y servicios, o en términos más simples: ¿cuánta agua es necesaria para obtener un kilo de carne, fabricar una tableta de chocolate, una camiseta, o cualquier producto?

Hoy se abre una ventana importante para incorporar la perspectiva dada por este indicador a las políticas de desarrollo y protección del medio ambiente, debido a la nueva institucionalidad hídrica que debiese crearse bajo el alero del recientemente anunciado Ministerio de Obras Públicas y Recursos Hídricos, y que incluiría la creación de una Subsecretaría vinculada a los Recursos Hídricos.

En esta columna, los autores desarrollarán el concepto de “huella hídrica”, las diferencias que este indicador tiene con otros utilizados para cuantificar el consumo de agua, y argumentarán cómo su implementación como medida de gestión puede servir para tener una visión integral del agua y poner de manifiesto la influencia que tiene el mercado sobre las situaciones de escasez hídrica que vivimos en nuestro país. Finalmente, se argumentará que si bien la mayor notoriedad que ha ganado la huella hídrica a nivel nacional durante los últimos años es un aspecto positivo, se debe tener cuidado de que la aplicación de este u otro indicador no lleve a un sobre enfoque en medidas de eficiencia hídrica, en desmedro de la perspectiva integrada con la que debe abordarse la gestión de los recursos.

LA HUELLA HÍDRICA FRENTE A OTROS INDICADORES

Las primeras aproximaciones metodológicas a la huella hídrica fueron desarrolladas por Arjen Hoekstra en 2002, con el objetivo de determinar “la cantidad de agua consumida y contaminada necesaria para producir bienes y servicios a través de su cadena de suministro” (WFN, 2021). En el caso de las aproximaciones más nuevas a este indicador, la huella hídrica también es entendida como una medida del impacto ambiental asociado con la extracción y uso de los recursos hídricos.

Tradicionalmente, las evaluaciones de los usos del agua se realizaban exclusivamente midiendo o estimando las captaciones de las fuentes superficiales o subterráneas de un área específica, ignorando la producción de bienes y servicios finales, y sin tener en cuenta que la obtención de dichos productos requiere largas cadenas de producción que involucran consumos e impactos ambientales dentro de cada una de las etapas y zonas geográficas.

La huella hídrica trata de suplir esta deficiencia, al evaluar el nivel de apropiación e impacto sobre los recursos hídricos de toda la cadena de producción necesaria para obtener un bien, incluyendo la extracción y procesamiento de las materias primas, los procesos industriales de manufactura, y toda la operación logística de transporte y distribución. Por ejemplo, si consideramos todas las etapas antes descritas, se estima que en promedio se requieren del orden de 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón.

Pero, ¿cuál es la importancia de determinar los impactos ambientales o el consumo de recursos a lo largo de la cadena de suministro de un bien o servicio? Principalmente, dicha aproximación obedece a la necesidad de comparar el desempeño ambiental de distintos productos, lo que puede servir como base para el desarrollo de políticas públicas de producción y consumo sustentable.

“Se estima que en promedio se requieren 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón”

Un ejemplo intuitivo (y actual1) de la importancia de este enfoque lo constituyen los autos eléctricos. Si bien este tipo de medio de transporte no genera emisiones de gases durante su operación, si la fuente de electricidad desde la que se realiza la carga de la batería se sustenta principalmente en el uso de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural, el efecto neto no es necesariamente una disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero, si no que el desplazamiento (o incluso el incremento) de estas desde una etapa del ciclo de vida a otra.

Otra característica relevante de la huella del agua es que, a diferencia de otros indicadores que cuantifican exclusivamente la captación o consumo de aguas superficiales o subterráneas (agua azul), la metodología de la WFN también considera en su cálculo el volumen de aguas lluvias que es apropiado desde el suelo (agua verde), y el volumen de agua necesario para diluir los contaminantes generados por las actividades humanas hasta un nivel ambientalmente tolerable (agua gris) (Figura 1).

Ambos elementos añaden dimensiones importantes al análisis de la sustentabilidad del uso de los recursos hídricos, que son completamente ignorados si se usan exclusivamente indicadores del volumen de agua captado desde un cuerpo acuático. Por una parte, el agua verde es un elemento productivo de especial importancia en la agricultura, cuya evapotranspiración (vale decir, la suma del agua evaporada desde el suelo y el agua transpirada por las plantas) impide que las precipitaciones lleguen a los cursos de agua, mientras que el agua gris representa una estimación del efecto que tienen las actividades productivas sobre la contaminación de las aguas, aspecto estrechamente vinculado con el estado de degradación de los ecosistemas acuáticos.

Figura 1.

Componentes de la huella hídrica de acuerdo a la WFN (González et al. 2020).

Durante los últimos años, ha irrumpido también la aplicación de metodologías enmarcadas en el Análisis de Ciclo de Vida (ACV)2, cuyo objetivo es la cuantificación del impacto ambiental asociado al uso del agua, lo que representa un avance con respecto al enfoque de la WFN al reconocer que extraer un volumen de agua desde una cuenca con alta disponibilidad de agua no genera el mismo impacto que hacerlo en una cuenca ubicada en una zona con un alto nivel de escasez hídrica o contaminación. En Chile, el uso de la huella hídrica y otros indicadores basados en ACV como base para una gestión sustentable de distintos aspectos vinculados al agua ha sido promovido tanto por instituciones académicas como por iniciativas públicas y privadas, entre las que se encuentran la Universidad Católica de Chile (Donoso et al. 2016), la Universidad de Concepción y el CRHIAM (Cartes et al. 2018, Casas et al. 2017, Novoa et al. 2019), y Fundación Chile (Fundación Chile, 2021a), entre otros.

EL COMERCIO COMO FUENTE DE CONFLICTOS POR EL AGUA

En el caso específico del agua, una de las principales fortalezas de aproximaciones como la huella del agua es que permite poner de manifiesto la desconexión actual entre el consumo del agua en las regiones donde se producen los bienes, y las regiones hacia donde estos bienes son transportados y consumidos. Esta desconexión entre la producción y el consumo es uno de los principales motivos por el cual la gestión de recursos hídricos, a pesar de ser una problemática que debe abordarse en base a las cuencas, ha dejado de ser un problema exclusivamente local y se ha convertido en una fuente de conflictos globales. La Figura 2 muestra una estimación de los flujos de “agua virtual” asociados al comercio internacional de alimentos a nivel mundial, vale decir, el volumen “oculto” de agua que no necesariamente forma parte del producto, pero cuyo consumo fue necesario para su producción. En el caso específico de alimentos, esta agua podría provenir de un ecosistema (por ejemplo, río y agua subterránea) o por la lluvia del lugar que fue manufacturado.

Figura 2.

Flujos de “agua virtual” asociados al comercio internacional de alimentos para los años 1986 y 2007 (en km3 anuales) (Dalin et al. 2019).

En general, Sudamérica es una región que se caracteriza por tener una economía que depende en gran medida de la exportación de productos agrícolas y materias primas. No es sorprendente, por lo tanto, observar la existencia en Chile de diversos conflictos socio-ambientales derivados de la interacción entre la extracción de los recursos naturales y su “exportación” por medio del comercio internacional.

El caso de la localidad de Petorca, ampliamente divulgado en la prensa y las redes sociales durante 2018, resulta ilustrativo de esta situación. A pesar de que en esta zona se vive actualmente una situación de escasez hídrica sin precedentes en los últimos 700 años, las actividades agrícolas continúan extrayendo grandes volúmenes de agua para riego, mientras las comunidades circundantes tienen un acceso limitado a este recurso para suplir sus necesidades más básicas (Figura 3; Muñoz et al. 2020). Considerando que la mayor actividad agrícola de la zona es la producción de paltas para su exportación, no es difícil ver como el conflicto entre exportación alimentaria y disponibilidad de recursos hídricos revelado por el estudio de la huella hídrica y los flujos de agua virtual se manifiesta en esta localidad, afectando negativamente la calidad de vida de su población.

“Desde el punto de vista de los consumidores, la huella hídrica nos hace tomar conciencia del consumo de agua que necesitamos en todas nuestras actividades”

Figura 3.

a) Plantaciones de paltos en Petorca (Global Citizen, 2019). b) Situación de acceso al agua potable en la misma zona (Muñoz et al. 2020).

Desde el punto de vista de los consumidores, la huella hídrica nos hace tomar conciencia del consumo de agua que necesitamos en todas nuestras actividades, y cada persona puede saber con cierta certeza cuál es la huella que causan sus hábitos y los productos que consume. Esto puede entenderse de manera análoga al ampliamente extendido “etiquetado” de alimentos en base a su contenido de azúcares, grasas, proteínas u otros componentes, solo que en este caso la información entregada no se referiría a la calidad nutricional del alimento, si no a la cantidad de agua necesaria para la obtención del producto, o dicho de otro modo, información del potencial impacto sobre los recursos hídricos causado por su producción. Desde el punto de vista de los productores, por otro lado, este indicador nos sirve para tener un valor de referencia en nuestro uso del agua, y permite identificar las oportunidades de mejora en su manejo.

Además, el gobierno y las entidades que tienen a su cargo la gobernanza de una región podrían evaluar el balance hidrológico de las cuencas y proyectar su sustentabilidad en base al análisis de la huella hídrica, considerando los escenarios de variabilidad climática futura. Esta información permitiría entender los ingresos de divisas al país a través de la exportación de agua virtual de determinadas unidades del territorio (vale decir, el agua que no está incorporada en el producto, pero cuyo consumo fue necesario para su producción). Esta forma de evaluación del comercio internacional es más transparente, pues permitiría evaluar el ingreso de divisas de los productos exportados y el impacto en términos de recursos hídricos sobre las zonas productoras.

Un estudio pionero en la aplicación de la huella hídrica en nuestro país lo constituye el trabajo realizado por Novoa y colaboradores en la cuenca del Cachapoal, debido a que este fue uno de los primeros estudios en Chile en los cuales se utilizó este indicador con una perspectiva basada en cuencas (Novoa, 2016). Particularmente en este estudio, se evaluaron las tres huellas antes indicadas y se dividió la cuenca en tres secciones, realizando un seguimiento del uso de agua en la agricultura durante todo el año. Se pudo concluir que en periodos de sequía, la cantidad de agua requerida de la cuenca para mantener el nivel productivo es mayor, lo que se tradujo en un incumplimiento del caudal ecológico y en la capacidad de carga en ese tramo de la cuenca. Debido a lo antes indicado, es muy importante destacar que la estimación y monitoreo permanente de indicadores como la huella hídrica hace posible caracterizar geográfica y temporalmente la sostenibilidad hídrica de una cuenca hidrográfica, contribuyendo a sensibilizar, valorizar y gestionar el uso eficiente del recurso hídrico en la agricultura, una actividad fundamental por su aporte en alimentos y fuente de trabajo para la población (Novoa, 2016).

EFICIENCIA HÍDRICA Y USO SUSTENTABLE DEL AGUA

Sin embargo, es importante que la huella hídrica no sea utilizada exclusivamente para determinar la eficiencia en el uso de los recursos hídricos. Dado que el enfoque más habitual de la huella hídrica es el cálculo del indicador en base a una unidad productiva (ej. kg de tomates, tonelada de arándanos, hectárea de uvas, etc.), muchas veces las medidas de gestión derivadas de su análisis se orientan a aumentar la productividad del agua, vale decir, a producir el mismo kg de producto utilizando menos agua (o en términos de un famoso aforismo anglosajón, more crop per drop). Si bien en primera instancia este fin parece deseable, existe amplia evidencia sobre la ocurrencia de efectos de rebote vinculados con incrementos en la eficiencia del uso de un recurso (ej. Sears et al. 2018).

Este fenómeno, también conocido como “la paradoja de Jevons”, consiste en una situación en la cual el uso total de un recurso se mantiene o incrementa debido a mejoras en la eficiencia, lo que fue observado por primera vez por el economista William Stanley Jevons, luego de la que la introducción de máquinas de vapor de mayor eficiencia resultara en un incremento en el consumo de carbón en Inglaterra.

En el caso de los recursos hídricos y la agricultura, se ha observado que el uso de sistemas de riego tecnificado que disminuyen el uso de agua por hectárea lleva a los agricultores a usar el ahorro de agua con el fin de irrigar nuevas superficies, lo que resulta en que el consumo de agua total se mantenga, o incluso en algunos casos aumente (Freire-González 2019; Wang et al. 2020).

“Desde el punto de vista de los productores, este indicador nos sirve para tener un valor de referencia en nuestro uso del agua e identificar las oportunidades de mejora en su manejo”

Si tomamos como base los 715.590 m3/anuales que las iniciativas de Fundación Chile han permitido ahorrar debido a sus programas de eficiencia y medición de la huella hídrica (Fundación Chile, 2021b), este volumen sería teóricamente suficiente para proveer de agua potable a alrededor de 13.000 personas (asumiendo un consumo de agua de 150 L diarios per cápita), lo que implicaría un beneficio social significativo considerando que una parte importante de la población rural de Chile debe abastecerse de agua por medio de camiones aljibe (solo en la región de Ñuble existen más de 20.000 personas en esta situación). Sin embargo, sin un programa territorial orientado a la conservación y manejo de los recursos hídricos, es posible que en la práctica dichos ahorros sean utilizados para el riego de una nueva superficie de cultivo, generando una situación que, desde el punto de vista del impacto social y la conservación de los recursos hídricos, no tiene mucha diferencia con la que se tenía al inicio.

Afortunadamente, el sobre enfoque en medidas de eficiencia hídrica ha sido identificado por distintos actores en Chile como una posible barrera para una gestión integrada de los recursos hídricos. Por ejemplo, el actual proyecto de ley para establecer normas de eficiencia hídrica y adaptación al cambio climático3 reconoce en su formulación la existencia de la “paradoja de la eficiencia”, y como respuesta a esta establece en su artículo 5 que “el veinticinco por ciento de la ganancia en caudal y/o agua que se produzca por eficiencia hídrica producto de una bonificación obtenida a través de la Ley 18.450 que aprueba normas para el fomento de la inversión privada en obras de riego y drenaje, deberá restituirse a su respectiva curso o cauce de agua subterránea o superficial”.

Sin embargo, establecer el mismo porcentaje de restitución independiente del lugar donde ocurra el ahorro no solo parece una medida arbitraria, si no que va en contra del reconocimiento de los requerimientos sociales y ambientales, y la situación de escasez hídrica de cada territorio, es decir, va en contra de los mismos principios sobre los que se sustenta la gestión integrada de cuencas. Para poder ir realmente más allá de la evaluación de la eficiencia hídrica y garantizar un beneficio social y ambiental para el territorio en que estas medidas se aplican, resulta necesario tomar en consideración las características territoriales de cada cuenca o nos arriesgamos a causar un empeoramiento en la situación de escasez hídrica, especialmente en cuencas con un alto nivel de intervención humana.

CONCLUSIONES
En base a lo anteriormente expuesto, quisiéramos plantear tres recomendaciones finales:

1)Enfocar la determinación de la huella hídrica a escala territorial y no solo productiva: iniciativas como el Certificado Azul de Fundación Chile4 y la eventual obligatoriedad de medir la huella hídrica en el marco de los Estudios de Impacto Ambiental5 nos parecen medidas e iniciativas que van en la dirección correcta. Sin embargo, es importante que la medición y gestión de este indicador se realice a nivel de las entidades a cargo de la gobernanza de las cuencas, sin traspasar su responsabilidad a las iniciativas privadas. Esto permitiría tomar en consideración los requerimientos particulares de cada territorio, generar información relevante para la toma de decisiones, y evaluar el rol que las distintas actividades productivas y el comercio tienen en la escasez hídrica y los conflictos socioambientales derivados de esta.

2)Armonizar las políticas de protección de los recursos hídricos con aquellas orientadas al incentivo de las actividades productivas: desde hace años, en Chile se viene promoviendo la conversión de nuestro país en una “potencia agroalimentaria”. Sin embargo, considerando la estrecha interdependencia existente entre el agua, la agricultura y otros aspectos importantes de la sustentabilidad como el uso de suelo y la contaminación, cabe preguntarse por la posible existencia de incongruencias entre ambas políticas, especialmente considerando el escenario de incertidumbre que añade el cambio climático a la disponibilidad de recursos hídricos. Es importante que el desarrollo de políticas públicas mantenga un solo lineamiento con respecto a la protección de los recursos hídricos y el medioambiente, lo que podría lograrse a través del fortalecimiento de iniciativas ya existentes tales como el Comité de Producción y Consumo Sustentable del Ministerio del Medio Ambiente6, o la creación de instancias intersectoriales bajo la nueva institucionalidad dada por el Ministerio de Obras Públicas y Recursos Hídricos.

3)Promover una gobernanza participativa y construir un marco normativo orientado a la gestión integrada. Finalmente, resulta válido preguntarse sobre la real factibilidad de implementar medidas de gestión de cuencas en Chile mientras se mantenga el régimen actual de derechos de aprovechamiento establecido en el Código de Aguas. Si bien este punto no ha sido abordado directamente por esta columna, no queremos concluir sin antes señalar que esperamos que este tema sea incluido en la discusión constitucional que se nos aproxima. Esta es una instancia que abre las puertas a lograr una verdadera gestión sustentable del agua y de los recursos naturales, con una perspectiva territorial y con una gobernanza que incluya la participación de las comunidades en los procesos de decisión. Es importante que no desperdiciemos esta oportunidad poniendo la prioridad en la eficiencia sobre el manejo integrado, lo que sería equivalente a nuestro parecer a “colocar la carreta antes de los bueyes”.

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Fuente: Ciper, Sábado 29 de Mayo de 2021

CIPER – Conocer cuánta agua necesitamos para producir bienes y servicios —a nivel local e internacional— nos permite tener una visión integral de esta materia.

¿Cuánta agua dulce cuesta fabricar un kilo de carne o una polera? La huella hídrica es una herramienta que nos ayuda a responder esta pregunta y a planificar de mejor forma los recursos hídricos con los que contamos. Conocer cuánta agua necesitamos para producir bienes y servicios —a nivel local e internacional— nos permite tener una visión integral de esta materia. Sin embargo, advierten los autores de esta columna, enfocar todo a la eficiencia hídrica no nos permitirá combatir la escasez realmente, pues para eso necesitamos abordar de manera integrada la gestión de los recursos hídricos.

Este artículo presenta la perspectiva de los autores en base a su experticia en la temática, y se sustenta en información generada por el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (ANID/FONDAP/15130015) y los resultados de diversos proyectos de investigación en los que los autores han participado, incluyendo PAI/CONICYT/78141300, ANID/Fondecyt/11190994 e INNNOVA BIO BIO No 13.3327-IN.IIP, entre otros.

Los autores/as no trabajan, comparten o reciben financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, no deben transparentar ninguna militancia política ni afiliación relevante más allá de su condición de académico investigador.

La escasez hídrica que atraviesa Chile se debe a diversos factores. Uno de ellos es que no contamos con la suficiente información para saber cuánta agua tenemos en un territorio determinado, y cuánto debiéramos gastar en los diferentes consumos a los que se destina. Esto podría solucionarse, en gran medida, si la gestión de los recursos se hiciera en base a las cuencas hidrográficas — entendidas como el territorio a través del cual las aguas son drenadas por un único río o cuerpo de agua—, lo que ayudaría a implementar estrategias de manejo integrado que conecten la información sobre el agua que tenemos, lo que podemos gastar y lo que necesitamos.

Ahora bien, para implementar estas estrategias se requiere el uso de indicadores que nos permitan planificar, establecer metas y verificar los avances logrados. Uno de estos indicadores es la huella del agua (o huella hídrica), entendida como el volumen total de agua dulce necesario para producir los bienes y servicios, o en términos más simples: ¿cuánta agua es necesaria para obtener un kilo de carne, fabricar una tableta de chocolate, una camiseta, o cualquier producto?

Hoy se abre una ventana importante para incorporar la perspectiva dada por este indicador a las políticas de desarrollo y protección del medio ambiente, debido a la nueva institucionalidad hídrica que debiese crearse bajo el alero del recientemente anunciado Ministerio de Obras Públicas y Recursos Hídricos, y que incluiría la creación de una Subsecretaría vinculada a los Recursos Hídricos.

En esta columna, los autores desarrollarán el concepto de “huella hídrica”, las diferencias que este indicador tiene con otros utilizados para cuantificar el consumo de agua, y argumentarán cómo su implementación como medida de gestión puede servir para tener una visión integral del agua y poner de manifiesto la influencia que tiene el mercado sobre las situaciones de escasez hídrica que vivimos en nuestro país. Finalmente, se argumentará que si bien la mayor notoriedad que ha ganado la huella hídrica a nivel nacional durante los últimos años es un aspecto positivo, se debe tener cuidado de que la aplicación de este u otro indicador no lleve a un sobre enfoque en medidas de eficiencia hídrica, en desmedro de la perspectiva integrada con la que debe abordarse la gestión de los recursos.

LA HUELLA HÍDRICA FRENTE A OTROS INDICADORES

Las primeras aproximaciones metodológicas a la huella hídrica fueron desarrolladas por Arjen Hoekstra en 2002, con el objetivo de determinar “la cantidad de agua consumida y contaminada necesaria para producir bienes y servicios a través de su cadena de suministro” (WFN, 2021). En el caso de las aproximaciones más nuevas a este indicador, la huella hídrica también es entendida como una medida del impacto ambiental asociado con la extracción y uso de los recursos hídricos.

Tradicionalmente, las evaluaciones de los usos del agua se realizaban exclusivamente midiendo o estimando las captaciones de las fuentes superficiales o subterráneas de un área específica, ignorando la producción de bienes y servicios finales, y sin tener en cuenta que la obtención de dichos productos requiere largas cadenas de producción que involucran consumos e impactos ambientales dentro de cada una de las etapas y zonas geográficas.

La huella hídrica trata de suplir esta deficiencia, al evaluar el nivel de apropiación e impacto sobre los recursos hídricos de toda la cadena de producción necesaria para obtener un bien, incluyendo la extracción y procesamiento de las materias primas, los procesos industriales de manufactura, y toda la operación logística de transporte y distribución. Por ejemplo, si consideramos todas las etapas antes descritas, se estima que en promedio se requieren del orden de 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón.

Pero, ¿cuál es la importancia de determinar los impactos ambientales o el consumo de recursos a lo largo de la cadena de suministro de un bien o servicio? Principalmente, dicha aproximación obedece a la necesidad de comparar el desempeño ambiental de distintos productos, lo que puede servir como base para el desarrollo de políticas públicas de producción y consumo sustentable.

“Se estima que en promedio se requieren 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón”

Un ejemplo intuitivo (y actual1) de la importancia de este enfoque lo constituyen los autos eléctricos. Si bien este tipo de medio de transporte no genera emisiones de gases durante su operación, si la fuente de electricidad desde la que se realiza la carga de la batería se sustenta principalmente en el uso de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural, el efecto neto no es necesariamente una disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero, si no que el desplazamiento (o incluso el incremento) de estas desde una etapa del ciclo de vida a otra.

Otra característica relevante de la huella del agua es que, a diferencia de otros indicadores que cuantifican exclusivamente la captación o consumo de aguas superficiales o subterráneas (agua azul), la metodología de la WFN también considera en su cálculo el volumen de aguas lluvias que es apropiado desde el suelo (agua verde), y el volumen de agua necesario para diluir los contaminantes generados por las actividades humanas hasta un nivel ambientalmente tolerable (agua gris) (Figura 1).

Ambos elementos añaden dimensiones importantes al análisis de la sustentabilidad del uso de los recursos hídricos, que son completamente ignorados si se usan exclusivamente indicadores del volumen de agua captado desde un cuerpo acuático. Por una parte, el agua verde es un elemento productivo de especial importancia en la agricultura, cuya evapotranspiración (vale decir, la suma del agua evaporada desde el suelo y el agua transpirada por las plantas) impide que las precipitaciones lleguen a los cursos de agua, mientras que el agua gris representa una estimación del efecto que tienen las actividades productivas sobre la contaminación de las aguas, aspecto estrechamente vinculado con el estado de degradación de los ecosistemas acuáticos.

Figura 1.

Componentes de la huella hídrica de acuerdo a la WFN (González et al. 2020).

Durante los últimos años, ha irrumpido también la aplicación de metodologías enmarcadas en el Análisis de Ciclo de Vida (ACV)2, cuyo objetivo es la cuantificación del impacto ambiental asociado al uso del agua, lo que representa un avance con respecto al enfoque de la WFN al reconocer que extraer un volumen de agua desde una cuenca con alta disponibilidad de agua no genera el mismo impacto que hacerlo en una cuenca ubicada en una zona con un alto nivel de escasez hídrica o contaminación. En Chile, el uso de la huella hídrica y otros indicadores basados en ACV como base para una gestión sustentable de distintos aspectos vinculados al agua ha sido promovido tanto por instituciones académicas como por iniciativas públicas y privadas, entre las que se encuentran la Universidad Católica de Chile (Donoso et al. 2016), la Universidad de Concepción y el CRHIAM (Cartes et al. 2018, Casas et al. 2017, Novoa et al. 2019), y Fundación Chile (Fundación Chile, 2021a), entre otros.

EL COMERCIO COMO FUENTE DE CONFLICTOS POR EL AGUA

En el caso específico del agua, una de las principales fortalezas de aproximaciones como la huella del agua es que permite poner de manifiesto la desconexión actual entre el consumo del agua en las regiones donde se producen los bienes, y las regiones hacia donde estos bienes son transportados y consumidos. Esta desconexión entre la producción y el consumo es uno de los principales motivos por el cual la gestión de recursos hídricos, a pesar de ser una problemática que debe abordarse en base a las cuencas, ha dejado de ser un problema exclusivamente local y se ha convertido en una fuente de conflictos globales. La Figura 2 muestra una estimación de los flujos de “agua virtual” asociados al comercio internacional de alimentos a nivel mundial, vale decir, el volumen “oculto” de agua que no necesariamente forma parte del producto, pero cuyo consumo fue necesario para su producción. En el caso específico de alimentos, esta agua podría provenir de un ecosistema (por ejemplo, río y agua subterránea) o por la lluvia del lugar que fue manufacturado.

Figura 2.

Flujos de “agua virtual” asociados al comercio internacional de alimentos para los años 1986 y 2007 (en km3 anuales) (Dalin et al. 2019).

En general, Sudamérica es una región que se caracteriza por tener una economía que depende en gran medida de la exportación de productos agrícolas y materias primas. No es sorprendente, por lo tanto, observar la existencia en Chile de diversos conflictos socio-ambientales derivados de la interacción entre la extracción de los recursos naturales y su “exportación” por medio del comercio internacional.

El caso de la localidad de Petorca, ampliamente divulgado en la prensa y las redes sociales durante 2018, resulta ilustrativo de esta situación. A pesar de que en esta zona se vive actualmente una situación de escasez hídrica sin precedentes en los últimos 700 años, las actividades agrícolas continúan extrayendo grandes volúmenes de agua para riego, mientras las comunidades circundantes tienen un acceso limitado a este recurso para suplir sus necesidades más básicas (Figura 3; Muñoz et al. 2020). Considerando que la mayor actividad agrícola de la zona es la producción de paltas para su exportación, no es difícil ver como el conflicto entre exportación alimentaria y disponibilidad de recursos hídricos revelado por el estudio de la huella hídrica y los flujos de agua virtual se manifiesta en esta localidad, afectando negativamente la calidad de vida de su población.

“Desde el punto de vista de los consumidores, la huella hídrica nos hace tomar conciencia del consumo de agua que necesitamos en todas nuestras actividades”

Figura 3.

a) Plantaciones de paltos en Petorca (Global Citizen, 2019). b) Situación de acceso al agua potable en la misma zona (Muñoz et al. 2020).

Desde el punto de vista de los consumidores, la huella hídrica nos hace tomar conciencia del consumo de agua que necesitamos en todas nuestras actividades, y cada persona puede saber con cierta certeza cuál es la huella que causan sus hábitos y los productos que consume. Esto puede entenderse de manera análoga al ampliamente extendido “etiquetado” de alimentos en base a su contenido de azúcares, grasas, proteínas u otros componentes, solo que en este caso la información entregada no se referiría a la calidad nutricional del alimento, si no a la cantidad de agua necesaria para la obtención del producto, o dicho de otro modo, información del potencial impacto sobre los recursos hídricos causado por su producción. Desde el punto de vista de los productores, por otro lado, este indicador nos sirve para tener un valor de referencia en nuestro uso del agua, y permite identificar las oportunidades de mejora en su manejo.

Además, el gobierno y las entidades que tienen a su cargo la gobernanza de una región podrían evaluar el balance hidrológico de las cuencas y proyectar su sustentabilidad en base al análisis de la huella hídrica, considerando los escenarios de variabilidad climática futura. Esta información permitiría entender los ingresos de divisas al país a través de la exportación de agua virtual de determinadas unidades del territorio (vale decir, el agua que no está incorporada en el producto, pero cuyo consumo fue necesario para su producción). Esta forma de evaluación del comercio internacional es más transparente, pues permitiría evaluar el ingreso de divisas de los productos exportados y el impacto en términos de recursos hídricos sobre las zonas productoras.

Un estudio pionero en la aplicación de la huella hídrica en nuestro país lo constituye el trabajo realizado por Novoa y colaboradores en la cuenca del Cachapoal, debido a que este fue uno de los primeros estudios en Chile en los cuales se utilizó este indicador con una perspectiva basada en cuencas (Novoa, 2016). Particularmente en este estudio, se evaluaron las tres huellas antes indicadas y se dividió la cuenca en tres secciones, realizando un seguimiento del uso de agua en la agricultura durante todo el año. Se pudo concluir que en periodos de sequía, la cantidad de agua requerida de la cuenca para mantener el nivel productivo es mayor, lo que se tradujo en un incumplimiento del caudal ecológico y en la capacidad de carga en ese tramo de la cuenca. Debido a lo antes indicado, es muy importante destacar que la estimación y monitoreo permanente de indicadores como la huella hídrica hace posible caracterizar geográfica y temporalmente la sostenibilidad hídrica de una cuenca hidrográfica, contribuyendo a sensibilizar, valorizar y gestionar el uso eficiente del recurso hídrico en la agricultura, una actividad fundamental por su aporte en alimentos y fuente de trabajo para la población (Novoa, 2016).

EFICIENCIA HÍDRICA Y USO SUSTENTABLE DEL AGUA

Sin embargo, es importante que la huella hídrica no sea utilizada exclusivamente para determinar la eficiencia en el uso de los recursos hídricos. Dado que el enfoque más habitual de la huella hídrica es el cálculo del indicador en base a una unidad productiva (ej. kg de tomates, tonelada de arándanos, hectárea de uvas, etc.), muchas veces las medidas de gestión derivadas de su análisis se orientan a aumentar la productividad del agua, vale decir, a producir el mismo kg de producto utilizando menos agua (o en términos de un famoso aforismo anglosajón, more crop per drop). Si bien en primera instancia este fin parece deseable, existe amplia evidencia sobre la ocurrencia de efectos de rebote vinculados con incrementos en la eficiencia del uso de un recurso (ej. Sears et al. 2018).

Este fenómeno, también conocido como “la paradoja de Jevons”, consiste en una situación en la cual el uso total de un recurso se mantiene o incrementa debido a mejoras en la eficiencia, lo que fue observado por primera vez por el economista William Stanley Jevons, luego de la que la introducción de máquinas de vapor de mayor eficiencia resultara en un incremento en el consumo de carbón en Inglaterra.

En el caso de los recursos hídricos y la agricultura, se ha observado que el uso de sistemas de riego tecnificado que disminuyen el uso de agua por hectárea lleva a los agricultores a usar el ahorro de agua con el fin de irrigar nuevas superficies, lo que resulta en que el consumo de agua total se mantenga, o incluso en algunos casos aumente (Freire-González 2019; Wang et al. 2020).

“Desde el punto de vista de los productores, este indicador nos sirve para tener un valor de referencia en nuestro uso del agua e identificar las oportunidades de mejora en su manejo”

Si tomamos como base los 715.590 m3/anuales que las iniciativas de Fundación Chile han permitido ahorrar debido a sus programas de eficiencia y medición de la huella hídrica (Fundación Chile, 2021b), este volumen sería teóricamente suficiente para proveer de agua potable a alrededor de 13.000 personas (asumiendo un consumo de agua de 150 L diarios per cápita), lo que implicaría un beneficio social significativo considerando que una parte importante de la población rural de Chile debe abastecerse de agua por medio de camiones aljibe (solo en la región de Ñuble existen más de 20.000 personas en esta situación). Sin embargo, sin un programa territorial orientado a la conservación y manejo de los recursos hídricos, es posible que en la práctica dichos ahorros sean utilizados para el riego de una nueva superficie de cultivo, generando una situación que, desde el punto de vista del impacto social y la conservación de los recursos hídricos, no tiene mucha diferencia con la que se tenía al inicio.

Afortunadamente, el sobre enfoque en medidas de eficiencia hídrica ha sido identificado por distintos actores en Chile como una posible barrera para una gestión integrada de los recursos hídricos. Por ejemplo, el actual proyecto de ley para establecer normas de eficiencia hídrica y adaptación al cambio climático3 reconoce en su formulación la existencia de la “paradoja de la eficiencia”, y como respuesta a esta establece en su artículo 5 que “el veinticinco por ciento de la ganancia en caudal y/o agua que se produzca por eficiencia hídrica producto de una bonificación obtenida a través de la Ley 18.450 que aprueba normas para el fomento de la inversión privada en obras de riego y drenaje, deberá restituirse a su respectiva curso o cauce de agua subterránea o superficial”.

Sin embargo, establecer el mismo porcentaje de restitución independiente del lugar donde ocurra el ahorro no solo parece una medida arbitraria, si no que va en contra del reconocimiento de los requerimientos sociales y ambientales, y la situación de escasez hídrica de cada territorio, es decir, va en contra de los mismos principios sobre los que se sustenta la gestión integrada de cuencas. Para poder ir realmente más allá de la evaluación de la eficiencia hídrica y garantizar un beneficio social y ambiental para el territorio en que estas medidas se aplican, resulta necesario tomar en consideración las características territoriales de cada cuenca o nos arriesgamos a causar un empeoramiento en la situación de escasez hídrica, especialmente en cuencas con un alto nivel de intervención humana.

CONCLUSIONES
En base a lo anteriormente expuesto, quisiéramos plantear tres recomendaciones finales:

1)Enfocar la determinación de la huella hídrica a escala territorial y no solo productiva: iniciativas como el Certificado Azul de Fundación Chile4 y la eventual obligatoriedad de medir la huella hídrica en el marco de los Estudios de Impacto Ambiental5 nos parecen medidas e iniciativas que van en la dirección correcta. Sin embargo, es importante que la medición y gestión de este indicador se realice a nivel de las entidades a cargo de la gobernanza de las cuencas, sin traspasar su responsabilidad a las iniciativas privadas. Esto permitiría tomar en consideración los requerimientos particulares de cada territorio, generar información relevante para la toma de decisiones, y evaluar el rol que las distintas actividades productivas y el comercio tienen en la escasez hídrica y los conflictos socioambientales derivados de esta.

2)Armonizar las políticas de protección de los recursos hídricos con aquellas orientadas al incentivo de las actividades productivas: desde hace años, en Chile se viene promoviendo la conversión de nuestro país en una “potencia agroalimentaria”. Sin embargo, considerando la estrecha interdependencia existente entre el agua, la agricultura y otros aspectos importantes de la sustentabilidad como el uso de suelo y la contaminación, cabe preguntarse por la posible existencia de incongruencias entre ambas políticas, especialmente considerando el escenario de incertidumbre que añade el cambio climático a la disponibilidad de recursos hídricos. Es importante que el desarrollo de políticas públicas mantenga un solo lineamiento con respecto a la protección de los recursos hídricos y el medioambiente, lo que podría lograrse a través del fortalecimiento de iniciativas ya existentes tales como el Comité de Producción y Consumo Sustentable del Ministerio del Medio Ambiente6, o la creación de instancias intersectoriales bajo la nueva institucionalidad dada por el Ministerio de Obras Públicas y Recursos Hídricos.

3)Promover una gobernanza participativa y construir un marco normativo orientado a la gestión integrada. Finalmente, resulta válido preguntarse sobre la real factibilidad de implementar medidas de gestión de cuencas en Chile mientras se mantenga el régimen actual de derechos de aprovechamiento establecido en el Código de Aguas. Si bien este punto no ha sido abordado directamente por esta columna, no queremos concluir sin antes señalar que esperamos que este tema sea incluido en la discusión constitucional que se nos aproxima. Esta es una instancia que abre las puertas a lograr una verdadera gestión sustentable del agua y de los recursos naturales, con una perspectiva territorial y con una gobernanza que incluya la participación de las comunidades en los procesos de decisión. Es importante que no desperdiciemos esta oportunidad poniendo la prioridad en la eficiencia sobre el manejo integrado, lo que sería equivalente a nuestro parecer a “colocar la carreta antes de los bueyes”.

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Fuente: Ciper, Sábado 29 de Mayo de 2021

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