Viernes, Marzo 29, 2024

Expansión urbana y forestal causan pérdida de bosque nativo en las cuencas de los ríos Maipo y Maule, claves para su seguridad hídrica

PAÍS CIRCULAR – Estudio realizado para Escenario Hídricos 2030 muestra una alarmante pérdida de bosque nativo en zonas costeras, ribereñas y precordilleranas de ambas cuencas. En el caso del Maipo, el bosque espinoso interior registra una pérdida del 17% en los últimos 20 años a causa de la expansión urbana, mientras que el bosque de la precordillera está amenazado principalmente por el crecimiento urbano de comunas como Peñalolén y Puente Alto. En la cuenca del Maule, la principal preocupación es la expansión forestal en la zona precordillerana, donde predomina el bosque nativo. Los bosques no solo captan más agua y aportan al abastecimiento hídrico, sino que son una barrera de protección contra la erosión y el riesgo de los fenómenos climáticos extremos.
En la permanente situación de sequía en que nos encontramos, cuando pensamos en la provisión de agua solemos buscar la acumulación de nieve en las montañas en busca de un indicador para la disponibilidad que tendremos en verano. Ponemos atención a las precipitaciones de invierno -cada año lejos de los registros “normales”-, o apelamos a la acumulación en los glaciares, que hoy enfrentan una pérdida acelerada de su masa en los Andes Centrales a causa del cambio climático, lo que a mediano plazo afectará su capacidad para abastecer los ríos. Pero rara vez pensamos en los bosques.
Y esto puede ser un error crítico, sobre todo en las ciudades y en un país como Chile, que  se encuentra entre los países del mundo con un alto riesgo de sufrir un estrés hídrico según un ranking del Instituto Mundial de Recursos. Esto porque los bosques tienen un papel importante en el suministro y la regulación del agua a nivel local y regional en diversas formas, desde recargar los acuíferos y controlar la erosión a promover la lluvia por evapotranspiración. Las cuencas hidrográficas boscosas y los humedales aportan alrededor del 75%, mientras que más de un tercio de los mayores núcleos urbanos del mundo dependen de bosques protegidos para una proporción importante de su agua. De hecho, se estima que cada dólar gastado en el manejo sostenible de los bosques en las cuencas hidrográficas puede ahorrar entre 7,5 y 200 dólares en costes de tratamiento del agua.
Sin embargo, lejos de cuidarlos, los estamos destruyendo de forma acelerada. Así lo revela un reciente estudio realizado por el geógrafo y doctor en ecología Patricio Pliscoff para Escenarios Hídricos 2030 (iniciativa de Fundación Chile) en las cuencas del Maipo y del Maule, que da cuenta de una importante pérdida de bosque nativo en ambas cuencas entre 1995 y 2016 a causa del avance inmobiliario y forestal.
“Este estudio, donde se analiza lo que ha ocurrido en los últimos 20 años en los ecosistemas terrestres de las cuencas de los ríos Maipo y Maule, es un insumo que entrega información clave, pues lo que ocurre en esos ecosistemas, la pérdida de vegetación natural debido al cambio de uso de suelo, tiene una incidencia directa en el ciclo hídrico”, dice Ángela Oblasser, gerenta de sustentabilidad de Fundación Chile.
“Conocer lo que ha ocurrido en estas cuencas en las últimas décadas -agrega- nos permite dimensionar cómo las decisiones de desarrollo han afectado a los ecosistemas y a la disponibilidad de agua, y eso, a su vez, nos da la oportunidad de tomar conciencia de las consecuencias que tendrán en los territorios las decisiones que tomemos ahora”.
Maipo: Lo poco que queda, en estado crítico
Según cifras del MOP, los 15.274 km2 de la cuenca del Maipo abarcan 9 provincias y 54 comunas, con 23 concesiones sanitarias que abastecen de agua potable a un total de 7.721.056 habitantes, la mitad de la población del país. A esto se suman más de 7.900 derechos de aprovechamiento de agua superficial y subterránea otorgados, y donde existen 87 comunidades de aguas, 6 juntas de vigilancia y 51 asociaciones de canalistas.
Es, por tanto, una de las cuencas más importantes del país en términos de la población y actividades que dependen de ella. Y aquí, el bosque caducifolio y el bosque esclerófilo han tenido un proceso de pérdida en su distribución histórica superior al 50%. Es decir, queda menos de la mitad de la vegetación nativa original, y lo poco que queda está sometido hoy a una fuerte presión.
“En términos de hectáreas quizás no se trata de una superficie muy relevante”, explica Patricio Pliscoff, “pero sí se trata de ecosistemas súper importantes por lo poco que va quedando, principalmente en el caso de los bosques de la parte alta de la cuenca y de los bosques ribereños”.

De acuerdo al estudio, solo en los últimos 20 años las zonas de la cuenca del Maipo más cercanas a la costa han perdido más del 20% de la superficie remanente del bosque espinoso costero, debido principalmente a la expansión de la superficie forestal en comunas como San Pedro o Melipilla. El bosque espinoso interior, en tanto, presenta una pérdida cercana al 17% en las últimas dos décadas debido principalmente a la expansión urbana.
Mientras en comunas como Calera de Tango, Talagante, El Monte o Peñaflor presentan una importante expansión urbana, esta se ha registrado mayormente sobre superficie agrícola. Por ello, hoy el proceso más preocupante, dice Pliscoff, se registra en la zona norte de Santiago, en zonas como Chacabuco, Huechuraba, Colina y Chicureo donde la “mancha urbana” ha crecido a costa de la vegetación natural compuesta principalmente por bosque espinoso.
Y en cuanto a la zona precordillerana, donde predominan el bosque espinoso interior y el bosque esclerófilo andino, el principal problema está en el sector oriente de Santiago. “Donde más se nota más la expansión sobre la vegetación natural es en Peñalolén y Puente Alto. También se observa en Las Condes y Lo Barnechea, pero en las comunas anteriores es mucho más claro”, agrega Pliscoff. En el caso de Puente Alto, la expansión urbana alcanza un 19,5%, y en Peñalolén un 14,1%.
¿Qué implicancias tiene esto en la generación de agua en la cuenca? En el caso de la vegetación ribereña, su presencia produce una serie de impactos positivos en los cursos de agua, los que incluyen el procesar mayor cantidad de materia orgánica y capturar más nitrógeno, mejorar la cantidad y calidad del agua, facilitar el procesamiento de contaminantes y regular la temperatura y la luz.
En cuanto a la vegetación de cabecera de cuenca, cumple un rol esencial en la mantención de la cobertura orgánica del suelo, especialmente a mayores pendientes, lo que permite un control natural del grado de sedimentación y materia orgánica presente en los cursos de agua. “Los bosques de las zonas altas son una protección no solo por la infiltración -al existir árboles captan más agua y aportan más al proceso de abastecimiento hídrico-, sino también en términos de amenaza: al quedar esas zonas sin cobertura vegetacional se transforman en áreas mucho más sensibles a procesos erosivos, que finalmente también alteran el flujo de agua a la cuenca”, explica Pliscoff.
“Por eso -agrega- son tan claves esos pequeños fragmentos que quedan en las zonas más altas de la cuenca, y también los bosques ribereños por su valor de protección en zonas bajas. Si desaparecen, el río queda mucho más expuesto a todo tipo alteraciones”.
Maule, incremento forestal en zonas precordilleranas
En la cuenca del río Maule, la pérdida de vegetación natural por uso de suelo con fines forestales se evidencia principalmente en las comunas del sector de la cordillera de la costa, las que se han expandido en más de un 20% transformando ecosistemas de bosque espinoso y caducifolio, principalmente. Este es el caso de Quirihue (33,4%, con 11.668 hectáreas) y Cauquenes (27,9% y 50.340 hectáreas).
Esto es especialmente relevante porque los ecosistemas costeros de la cuenca del Maule son considerados como “en peligro crítico” según la lista roja de ecosistemas, según señalan en Escenarios Hídricos 2030.
Según Pliscoff, en general se señala que a partir del año 2000 ya no se continuaba con la expansión forestal, sino que se reemplazaba donde ya existía. Por eso, agrega, lo relevante de este estudio es que muestra que esta expansión continúa.

“Aquí, en el caso de una cuenca muy específica como la del Maule, uno puede ver que avanza tanto por la costa como por la precordillera. No solamente por la zona del secano (costa interior), donde hay un proceso de abandono de tierras agrícolas y su reemplazo por plantaciones, sino que además hay un avance de la plantación forestal en la precordillera. Eso es súper preocupante porque este es el único fragmento de vegetación continua que tenemos, y que va desde la Sexta Región a Tierra del Fuego. Entonces, perder esa conectividad sería muy relevante. Todavía es mucho más bosque nativo, es cierto, pero va aumentando muy rápido la expansión forestal principalmente en las zonas bajas de la precordillera” advierte.
A esto se suma otro riesgo, agrega. “Más allá de la pérdida del valor en sí de la biodiversidad, de pasar de 50 especies distintas en una cuenca a tener una sola, homogeneizar una cuenca es como quitarle todos los elementos que tiene para adaptarse, disminuye su resiliencia a los cambios extremos del clima. En esta idea de hipotecarnos, en vez de prepararnos para lo que ya empezó que es este aumento de eventos extremos, de disminución constante de las precipitaciones, es como matar nuestros ahorros en el banco para poder adaptarnos a este tipo de fenómenos”.
Por ello, una de las principales propuestas que surgen del estudio es la necesidad de protección de los bosques que aún quedan en las cuencas, tanto en sus zonas altas como en sus riberas. Analizar estos ecosistemas terrestres, dice Claudia Galleguillos, coordinadora de Escenarios Hídricos 2030 para la cuenca del Maule, es necesario para entender cómo abordar la crisis hídrica en el país. “Esto es evidente -agrega- si consideramos que, por ejemplo, la recuperación de un 10% de bosque nativo en una cuenca o microcuenca aporta un 14% de caudal de agua en forma permanente, incluso en época de estiaje”.
Hoy lo principal, dice Patricio Pliscoff, es evitar “de cualquier forma” el proceso de pérdida de la cobertura. “En el fondo, tener todas las herramientas posibles para hacer más difícil -o más justificado- el cambio de una cobertura natural a una cobertura urbana, agrícola o forestal. Eso es lo principal, y si hay mucha presión sobre el suelo, tratar de encauzarla en zonas que ya estén deterioradas”.
Se trata además de zonas, agrega, como en el caso de la vegetación ribereña del Maipo, que ya estaban críticas, y que pese a existir muy pocos y pequeños fragmentos continuos de bosque, se siguen presionando. “Entonces es completamente crítico, porque son zonas muy puntuales donde queda, y es posible identificarlas completamente. No es algo que haya qué tomar una decisión sobre qué bosque ribereño es más importante que otro, sino que en el caso del Maipo es todo, porque queda muy poco ya. Hay que tener conciencia de lo estratégico del territorio, de la importancia de proteger lo que queda”.
Esto tiene mayor relevancia aún en un contexto de cambio climático, donde se incrementan los fenómenos climáticos extremos, dice Pliscoff. “Estos eventos van a ser amplificados por la pérdida de la cobertura natural, por el aumento de los procesos de erosión. La cobertura vegetacional es una especie de seguro, y si lo seguimos perdiendo estamos hipotecando las posibilidades que tenemos de garantizar en el tiempo que todos estos fenómenos, que ya están pasando, no se amplifiquen”.
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Fuente: País Circular, Martes 22 de Septiembre de 2020

PAÍS CIRCULAR – Estudio realizado para Escenario Hídricos 2030 muestra una alarmante pérdida de bosque nativo en zonas costeras, ribereñas y precordilleranas de ambas cuencas. En el caso del Maipo, el bosque espinoso interior registra una pérdida del 17% en los últimos 20 años a causa de la expansión urbana, mientras que el bosque de la precordillera está amenazado principalmente por el crecimiento urbano de comunas como Peñalolén y Puente Alto. En la cuenca del Maule, la principal preocupación es la expansión forestal en la zona precordillerana, donde predomina el bosque nativo. Los bosques no solo captan más agua y aportan al abastecimiento hídrico, sino que son una barrera de protección contra la erosión y el riesgo de los fenómenos climáticos extremos.
En la permanente situación de sequía en que nos encontramos, cuando pensamos en la provisión de agua solemos buscar la acumulación de nieve en las montañas en busca de un indicador para la disponibilidad que tendremos en verano. Ponemos atención a las precipitaciones de invierno -cada año lejos de los registros “normales”-, o apelamos a la acumulación en los glaciares, que hoy enfrentan una pérdida acelerada de su masa en los Andes Centrales a causa del cambio climático, lo que a mediano plazo afectará su capacidad para abastecer los ríos. Pero rara vez pensamos en los bosques.
Y esto puede ser un error crítico, sobre todo en las ciudades y en un país como Chile, que  se encuentra entre los países del mundo con un alto riesgo de sufrir un estrés hídrico según un ranking del Instituto Mundial de Recursos. Esto porque los bosques tienen un papel importante en el suministro y la regulación del agua a nivel local y regional en diversas formas, desde recargar los acuíferos y controlar la erosión a promover la lluvia por evapotranspiración. Las cuencas hidrográficas boscosas y los humedales aportan alrededor del 75%, mientras que más de un tercio de los mayores núcleos urbanos del mundo dependen de bosques protegidos para una proporción importante de su agua. De hecho, se estima que cada dólar gastado en el manejo sostenible de los bosques en las cuencas hidrográficas puede ahorrar entre 7,5 y 200 dólares en costes de tratamiento del agua.
Sin embargo, lejos de cuidarlos, los estamos destruyendo de forma acelerada. Así lo revela un reciente estudio realizado por el geógrafo y doctor en ecología Patricio Pliscoff para Escenarios Hídricos 2030 (iniciativa de Fundación Chile) en las cuencas del Maipo y del Maule, que da cuenta de una importante pérdida de bosque nativo en ambas cuencas entre 1995 y 2016 a causa del avance inmobiliario y forestal.
“Este estudio, donde se analiza lo que ha ocurrido en los últimos 20 años en los ecosistemas terrestres de las cuencas de los ríos Maipo y Maule, es un insumo que entrega información clave, pues lo que ocurre en esos ecosistemas, la pérdida de vegetación natural debido al cambio de uso de suelo, tiene una incidencia directa en el ciclo hídrico”, dice Ángela Oblasser, gerenta de sustentabilidad de Fundación Chile.
“Conocer lo que ha ocurrido en estas cuencas en las últimas décadas -agrega- nos permite dimensionar cómo las decisiones de desarrollo han afectado a los ecosistemas y a la disponibilidad de agua, y eso, a su vez, nos da la oportunidad de tomar conciencia de las consecuencias que tendrán en los territorios las decisiones que tomemos ahora”.
Maipo: Lo poco que queda, en estado crítico
Según cifras del MOP, los 15.274 km2 de la cuenca del Maipo abarcan 9 provincias y 54 comunas, con 23 concesiones sanitarias que abastecen de agua potable a un total de 7.721.056 habitantes, la mitad de la población del país. A esto se suman más de 7.900 derechos de aprovechamiento de agua superficial y subterránea otorgados, y donde existen 87 comunidades de aguas, 6 juntas de vigilancia y 51 asociaciones de canalistas.
Es, por tanto, una de las cuencas más importantes del país en términos de la población y actividades que dependen de ella. Y aquí, el bosque caducifolio y el bosque esclerófilo han tenido un proceso de pérdida en su distribución histórica superior al 50%. Es decir, queda menos de la mitad de la vegetación nativa original, y lo poco que queda está sometido hoy a una fuerte presión.
“En términos de hectáreas quizás no se trata de una superficie muy relevante”, explica Patricio Pliscoff, “pero sí se trata de ecosistemas súper importantes por lo poco que va quedando, principalmente en el caso de los bosques de la parte alta de la cuenca y de los bosques ribereños”.

De acuerdo al estudio, solo en los últimos 20 años las zonas de la cuenca del Maipo más cercanas a la costa han perdido más del 20% de la superficie remanente del bosque espinoso costero, debido principalmente a la expansión de la superficie forestal en comunas como San Pedro o Melipilla. El bosque espinoso interior, en tanto, presenta una pérdida cercana al 17% en las últimas dos décadas debido principalmente a la expansión urbana.
Mientras en comunas como Calera de Tango, Talagante, El Monte o Peñaflor presentan una importante expansión urbana, esta se ha registrado mayormente sobre superficie agrícola. Por ello, hoy el proceso más preocupante, dice Pliscoff, se registra en la zona norte de Santiago, en zonas como Chacabuco, Huechuraba, Colina y Chicureo donde la “mancha urbana” ha crecido a costa de la vegetación natural compuesta principalmente por bosque espinoso.
Y en cuanto a la zona precordillerana, donde predominan el bosque espinoso interior y el bosque esclerófilo andino, el principal problema está en el sector oriente de Santiago. “Donde más se nota más la expansión sobre la vegetación natural es en Peñalolén y Puente Alto. También se observa en Las Condes y Lo Barnechea, pero en las comunas anteriores es mucho más claro”, agrega Pliscoff. En el caso de Puente Alto, la expansión urbana alcanza un 19,5%, y en Peñalolén un 14,1%.
¿Qué implicancias tiene esto en la generación de agua en la cuenca? En el caso de la vegetación ribereña, su presencia produce una serie de impactos positivos en los cursos de agua, los que incluyen el procesar mayor cantidad de materia orgánica y capturar más nitrógeno, mejorar la cantidad y calidad del agua, facilitar el procesamiento de contaminantes y regular la temperatura y la luz.
En cuanto a la vegetación de cabecera de cuenca, cumple un rol esencial en la mantención de la cobertura orgánica del suelo, especialmente a mayores pendientes, lo que permite un control natural del grado de sedimentación y materia orgánica presente en los cursos de agua. “Los bosques de las zonas altas son una protección no solo por la infiltración -al existir árboles captan más agua y aportan más al proceso de abastecimiento hídrico-, sino también en términos de amenaza: al quedar esas zonas sin cobertura vegetacional se transforman en áreas mucho más sensibles a procesos erosivos, que finalmente también alteran el flujo de agua a la cuenca”, explica Pliscoff.
“Por eso -agrega- son tan claves esos pequeños fragmentos que quedan en las zonas más altas de la cuenca, y también los bosques ribereños por su valor de protección en zonas bajas. Si desaparecen, el río queda mucho más expuesto a todo tipo alteraciones”.
Maule, incremento forestal en zonas precordilleranas
En la cuenca del río Maule, la pérdida de vegetación natural por uso de suelo con fines forestales se evidencia principalmente en las comunas del sector de la cordillera de la costa, las que se han expandido en más de un 20% transformando ecosistemas de bosque espinoso y caducifolio, principalmente. Este es el caso de Quirihue (33,4%, con 11.668 hectáreas) y Cauquenes (27,9% y 50.340 hectáreas).
Esto es especialmente relevante porque los ecosistemas costeros de la cuenca del Maule son considerados como “en peligro crítico” según la lista roja de ecosistemas, según señalan en Escenarios Hídricos 2030.
Según Pliscoff, en general se señala que a partir del año 2000 ya no se continuaba con la expansión forestal, sino que se reemplazaba donde ya existía. Por eso, agrega, lo relevante de este estudio es que muestra que esta expansión continúa.

“Aquí, en el caso de una cuenca muy específica como la del Maule, uno puede ver que avanza tanto por la costa como por la precordillera. No solamente por la zona del secano (costa interior), donde hay un proceso de abandono de tierras agrícolas y su reemplazo por plantaciones, sino que además hay un avance de la plantación forestal en la precordillera. Eso es súper preocupante porque este es el único fragmento de vegetación continua que tenemos, y que va desde la Sexta Región a Tierra del Fuego. Entonces, perder esa conectividad sería muy relevante. Todavía es mucho más bosque nativo, es cierto, pero va aumentando muy rápido la expansión forestal principalmente en las zonas bajas de la precordillera” advierte.
A esto se suma otro riesgo, agrega. “Más allá de la pérdida del valor en sí de la biodiversidad, de pasar de 50 especies distintas en una cuenca a tener una sola, homogeneizar una cuenca es como quitarle todos los elementos que tiene para adaptarse, disminuye su resiliencia a los cambios extremos del clima. En esta idea de hipotecarnos, en vez de prepararnos para lo que ya empezó que es este aumento de eventos extremos, de disminución constante de las precipitaciones, es como matar nuestros ahorros en el banco para poder adaptarnos a este tipo de fenómenos”.
Por ello, una de las principales propuestas que surgen del estudio es la necesidad de protección de los bosques que aún quedan en las cuencas, tanto en sus zonas altas como en sus riberas. Analizar estos ecosistemas terrestres, dice Claudia Galleguillos, coordinadora de Escenarios Hídricos 2030 para la cuenca del Maule, es necesario para entender cómo abordar la crisis hídrica en el país. “Esto es evidente -agrega- si consideramos que, por ejemplo, la recuperación de un 10% de bosque nativo en una cuenca o microcuenca aporta un 14% de caudal de agua en forma permanente, incluso en época de estiaje”.
Hoy lo principal, dice Patricio Pliscoff, es evitar “de cualquier forma” el proceso de pérdida de la cobertura. “En el fondo, tener todas las herramientas posibles para hacer más difícil -o más justificado- el cambio de una cobertura natural a una cobertura urbana, agrícola o forestal. Eso es lo principal, y si hay mucha presión sobre el suelo, tratar de encauzarla en zonas que ya estén deterioradas”.
Se trata además de zonas, agrega, como en el caso de la vegetación ribereña del Maipo, que ya estaban críticas, y que pese a existir muy pocos y pequeños fragmentos continuos de bosque, se siguen presionando. “Entonces es completamente crítico, porque son zonas muy puntuales donde queda, y es posible identificarlas completamente. No es algo que haya qué tomar una decisión sobre qué bosque ribereño es más importante que otro, sino que en el caso del Maipo es todo, porque queda muy poco ya. Hay que tener conciencia de lo estratégico del territorio, de la importancia de proteger lo que queda”.
Esto tiene mayor relevancia aún en un contexto de cambio climático, donde se incrementan los fenómenos climáticos extremos, dice Pliscoff. “Estos eventos van a ser amplificados por la pérdida de la cobertura natural, por el aumento de los procesos de erosión. La cobertura vegetacional es una especie de seguro, y si lo seguimos perdiendo estamos hipotecando las posibilidades que tenemos de garantizar en el tiempo que todos estos fenómenos, que ya están pasando, no se amplifiquen”.
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Fuente: País Circular, Martes 22 de Septiembre de 2020

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