Sábado, Abril 27, 2024

“El debate sobre cómo deben ser nuestras ciudades es en el fondo una discusión sobre cómo debiera ser nuestra sociedad”, Francisca Astaburuaga del Consejo de Políticas de Infraestructura y participante en Grupos de Trabajo CNDU

CNDU – En el desarrollo de la Agenda Social Urbana y luego en las Recomendaciones para las ciudades chilenas, el Consejo Políticas de Infraestructura estuvo presente mediante su consejero y representantes en la discusión sobre cambios a impulsar en las ciudades y cómo enfrentar el futuro urbano bajo el contexto de pandemia.
En las sesiones participó activamente, Francisca Astaburuaga, Consejera del CPI y Directora del CIC de la Universidad del Desarrollo (UDD), quien ahora también es una actora relevante en el grupo de trabajo de “Regeneración urbana y reactivación económica” que impulsa el CNDU.

Nos entregó su mirada optimista sobre el devenir de nuestra vida en las ciudades, la relevancia de abrir la discusión y asegurar el desarrollo de infraestructura de buen estándar en los barrios para disponer de ciudades equitativas.
“El debate sobre cómo deben ser nuestras ciudades es en el fondo una discusión sobre cómo debiera ser nuestra sociedad, y de qué manera podemos avanzar en la construcción de un entorno que promueva valores centrales como la justicia, el respeto o la dignidad humana”, reflexionó iniciando la conversación.
¿Qué valor tiene para el CPI participar del CNDU y específicamente en la elaboración de las propuestas de la Agenda Social Urbana y Recomendaciones para las ciudades chilenas frente a la pandemia?
El CNDU se ha transformado en un valioso espacio de intercambio, construcción de acuerdos y generación de propuestas, una mesa amplia para hablar sobre desarrollo urbano y calidad de vida en las ciudades con sentido de urgencia. Para el CPI es muy importante ser parte de la mesa, tanto para llevar a la conversación una mirada desde las infraestructuras como para informar el trabajo del propio CPI a partir de los temas que se priorizan en el Consejo.
Las dos instancias (Agenda Social Urbana y Recomendaciones para las ciudades chilenas frente a la pandemia) han sido procesos de elaboración de propuestas desde una conversación amplia con actores diversos sentados a las mesas. Creo que el trabajo del CNDU ha permitido que hoy exista una visión compartida sobre las prioridades del desarrollo urbano en Chile. Durante décadas no tuvimos una instancia de diálogo con esa capacidad de convocar y ordenar, al menos, las intenciones. Es un avance muy valioso para el país, que hoy por hoy damos por hecho, pero es relativamente reciente.
¿En los últimos documentos se han sumado nuevos y diversos actores cómo ha sido trabajar con más miradas y qué diferencias notas respecto a documentos anteriores?
Creo que ha sido un acierto abrir la conversación. El espacio de intercambio se nutre aún más de las distintas miradas e iniciativas de las organizaciones que participan en los grupos de trabajo. La ciudad es justamente el espacio donde se mezclan las visiones y donde conviven múltiples realidades. Obviamente esto implica que las cosas son un poco más lentas, hay que armar un puzle con más piezas, pero es indispensable que dejen de ser siempre los mismos quienes tienen voz en la discusión sobre política pública urbana. Sobre todo se valora la participación de múltiples organizaciones que trabajan en los barrios y en contacto con la realidad de distintos sectores de nuestra sociedad.
Producto de la crisis social y ahora sanitaria se ha puesto a la ciudad en el centro del debate por replicar las desigualdades y ser, al mismo tiempo, un factor de cambio en la disminución de brechas. Frente a eso hay posiciones más críticas y otras más benevolentes ¿Cuál es tu visión de la ciudad y sus “responsabilidades”?
La ciudad más que un «factor» es la manifestación física de la sociedad que hemos construido. Es lo que somos. Lo interesante es que, a su vez, las intervenciones en la ciudad tienen el potencial de transformar la experiencia diaria de las personas y la manera en que estas interactúan. El debate sobre cómo deben ser nuestras ciudades es en el fondo una discusión sobre cómo debiera ser nuestra sociedad, y de qué manera podemos avanzar en la construcción de un entorno que promueva valores centrales como la justicia, el respeto o la dignidad humana. La ciudad no es responsable. Somos todos los que operamos sobre la ciudad los responsables. Hemos dejado por demasiado tiempo que las decisiones se tomen en base a una lógica económica de mercado, y el resultado está a la vista. Ahora somos responsables de modificar el sistema de producción de ciudad poniendo el énfasis en sus ciudadanos y en la creación de sistemas sanos. Para eso se requieren acuerdos, que se traduzcan en planificación, gestión y la participación de todos los actores en la construcción de esos cambios.
En la agenda social se buscó el principio de poner a los Gobiernos Regionales y el Municipio al frente de la gestión. ¿A tu parecer qué tipo de cambios son los que más apremian?
En términos de gobernanza, ha quedado en evidencia que es a nivel de municipios donde se juega la realidad de los territorios. Dotar a los municipios de adecuado financiamiento, herramientas de gestión y apoyo al desarrollo de sus equipos humanos es clave. Los alcaldes deben ser los únicos actores políticos que hoy por hoy siguen siendo validados transversalmente por la ciudadanía, y para construir una ciudad coherente son indispensables los liderazgos.
Sabemos que las áreas metropolitanas son territorios complejos donde se requiere un grado de coordinación entre municipios para poder alinear las acciones de mayor escala. Muchos aspiramos a tener gobiernos metropolitanos lo antes posible, las metrópolis exitosas a escala global demuestran la importancia de esta escala de gobernanza territorial, pero dado nuestro escenario político, es probable que durante un tiempo tengamos que operar a través de asociaciones de alcaldes mediadas por proyectos o programas capaces de aunar voluntades.  Quizás una oportunidad de gobernanza intermedia o asociativa estará en las agencias que implementen los programas de reactivación post covid, con foco en la regeneración de los sectores que concentran precariedad y hacinamiento y en la mejor distribución de los servicios urbanos.
Otra de las propuestas de la Agenda Social Urbana busca promover estándares de equidad territorial en proyectos de infraestructura y equipamiento público urbano. ¿Cuáles son los primeros pasos a trabajar y qué se hace con infraestructura que ya cuenta con estándares menores frente a otras más modernas?
Como CPI hemos desarrollado una propuesta en conjunto con Centro de Inteligencia Territorial (CIT) de la Universidad Adolfo Ibáñez que plantea que, desde las infraestructuras, el punto de partida para avanzar hacia ciudades más equitativas es proveer de infraestructura de buen estándar a nivel de barrios, especialmente los que están hoy en peores condiciones. Estamos hablando de pavimentación, iluminación y arborización de veredas y calles, llevar agua y alcantarillado a los sectores que aún no lo tienen, generar rutas seguras a colegios y paraderos y proveer de conexión a internet a todas las familias.
Además, se requieren espacios adecuados para que las comunidades en los barrios puedan articularse e interactuar de manera sana y participativa, promoviendo la creación de capital social. Así la propuesta considera también la creación de «Salones de Barrio», sedes que hagan posible llevar políticas públicas a los barrios y desarrollar distintas actividades comunitarias, que sabemos son llevadas y aprovechadas principalmente por mujeres, niños y la tercera edad. Este es el desde, los espacios que están en directa relación con la vivienda, la ciudad que está a la mano y forma parte de la experiencia diaria de las personas.
¿Cómo se conjuga el desarrollo de infraestructura y la participación ciudadana?
Ya que el concepto de Infraestructura abarca obras de escalas muy diversas, la participación se conjuga de distintas formas.
Recién mencionaba la infraestructura de escala local, de barrio, inversiones que pueden ser revisadas, priorizadas, diseñadas e incluso construidas participativamente por un grupo de personas que comparten un espacio urbano en forma cotidiana. Por ejemplo, sería un acierto que, con los fondos de recuperación, en los sectores más vulnerables se organizara una oferta de trabajo para los vecinos, incorporándolos a las obras de mejoramiento de las infraestructuras locales, así se evitarían traslados y las personas estarían generando valor en su propio entorno.
En el otro extremo, en las grandes obras de infraestructura también debieran mejorarse los procesos de participación tanto en materia de priorización como de diseño. En muchas ciudades del mundo los presupuestos participativos son un espacio de diálogo sobre priorización de infraestructuras desde un foco ciudadano. Chile históricamente ha dado voz casi únicamente a expertos y autoridades y se ha desperdiciado mucho conocimiento local, incluso municipal, en la planificación de las infraestructuras, ahí tenemos bastante espacio para mejorar. Respecto a los procesos de diseño participativo de grandes infraestructuras creo que bien aplicados tienen el potencial de generar mejores resultados, dando respuesta a escala local y generando vecinos que valoran mucho más su implementación.
En la búsqueda de avanzar hacia Ciudades Saludables se ha puesto en boga el concepto de la ciudad de 15 minutos o de las proximidades ¿Qué tan lejos estamos de materializar dichos conceptos y por dónde debemos partir?
Mientras más grande la ciudad, mas lejos estamos. El caso más grave es Santiago. Ha crecido en función a un solo centro que se ha ido desplazando hacia el oriente, concentrando además la prosperidad económica, la oferta de trabajos y de funciones clave para el resto de una urbe muy extensa. Esto le genera muchos problemas de salud, que todos conocemos. En contraste, en la naturaleza, los sistemas sanos tienden al equilibrio y todos sus componentes tienen condiciones apropiadas para prosperar, por lo tanto funcionan bien. La Ciudad de 15 minutos o ciudad distribuida tiene detrás esa lógica: dotar a los distintos barrios que componen el sistema urbano de condiciones básicas para funcionar apropiadamente, creando mayor equilibrio en el sistema. Creo que debemos partir por los centros de barrio dando forma a un conjunto de «Calles principales», hay que volver a poner el foco en la calle como el espacio articulador de la ciudad, que además permite emplazar las distintas actividades que pueden satisfacer tanto las necesidades como los deseos de bienestar de las personas.
Hay debate sobre qué pasará con nuestra vida en las ciudades una vez finalizada la pandemia. ¿Cuál es tu mirada frente a los distintos vaticinios y qué tendencias crees que predominarán?  
Yo soy optimista y creo que en el mediano plazo las cosas van a encontrar un nuevo punto de equilibrio, ojala mejor incluso que lo que teníamos antes. Avanzando hacia ciudades más justas, trabajos más flexibles, transporte más limpio y comunidades más conectadas, entre otros. Pero en primera instancia vamos a vivir un tiempo de transición, que será un poco esquizofrénico porque echamos de menos a los otros y a nuestra vida «desplegada», pero al mismo tiempo tenemos miedo del contagio, por lo que vamos a usar la ciudad de una manera diferente: la vamos a usar menos, vamos a procurar distancia. Probablemente vamos a confiar en un grupo más reducido de gente para compartir nuestros espacios. Yo creo que desde nuestros hogares vamos a abrirnos primero a grupos de amigos, familia o colegas. Quizás con ellos vamos a estar dispuestos a compartir un auto o una mesa. Pero en el fondo confío en que el ser humano es generoso, muy hábil frente a los desafíos y tiene gran capacidad de adaptación, por lo que la transición será medianamente llevadera, y tendrá fin.
Me parece que durante esta cuarentena la conversación sobre la sociedad y la ciudad que queremos tuvo avances enormes. La reflexión y la búsqueda de nuevas respuestas se aceleró y ciertos temas que hace poco eran innombrables para algunos, hoy son ineludibles, transversales y urgentes, como por ejemplo la vivienda de integración social. Eso me da esperanzas de que lo que viene por delante será una búsqueda de cómo avanzar mejor en la dirección correcta. Somos muchos los que estaremos disponibles y entusiasmados de ser parte del cambio.
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Fuente: CNDU, Jueves 13 de Agosto de 2020

CNDU – En el desarrollo de la Agenda Social Urbana y luego en las Recomendaciones para las ciudades chilenas, el Consejo Políticas de Infraestructura estuvo presente mediante su consejero y representantes en la discusión sobre cambios a impulsar en las ciudades y cómo enfrentar el futuro urbano bajo el contexto de pandemia.
En las sesiones participó activamente, Francisca Astaburuaga, Consejera del CPI y Directora del CIC de la Universidad del Desarrollo (UDD), quien ahora también es una actora relevante en el grupo de trabajo de “Regeneración urbana y reactivación económica” que impulsa el CNDU.

Nos entregó su mirada optimista sobre el devenir de nuestra vida en las ciudades, la relevancia de abrir la discusión y asegurar el desarrollo de infraestructura de buen estándar en los barrios para disponer de ciudades equitativas.
“El debate sobre cómo deben ser nuestras ciudades es en el fondo una discusión sobre cómo debiera ser nuestra sociedad, y de qué manera podemos avanzar en la construcción de un entorno que promueva valores centrales como la justicia, el respeto o la dignidad humana”, reflexionó iniciando la conversación.
¿Qué valor tiene para el CPI participar del CNDU y específicamente en la elaboración de las propuestas de la Agenda Social Urbana y Recomendaciones para las ciudades chilenas frente a la pandemia?
El CNDU se ha transformado en un valioso espacio de intercambio, construcción de acuerdos y generación de propuestas, una mesa amplia para hablar sobre desarrollo urbano y calidad de vida en las ciudades con sentido de urgencia. Para el CPI es muy importante ser parte de la mesa, tanto para llevar a la conversación una mirada desde las infraestructuras como para informar el trabajo del propio CPI a partir de los temas que se priorizan en el Consejo.
Las dos instancias (Agenda Social Urbana y Recomendaciones para las ciudades chilenas frente a la pandemia) han sido procesos de elaboración de propuestas desde una conversación amplia con actores diversos sentados a las mesas. Creo que el trabajo del CNDU ha permitido que hoy exista una visión compartida sobre las prioridades del desarrollo urbano en Chile. Durante décadas no tuvimos una instancia de diálogo con esa capacidad de convocar y ordenar, al menos, las intenciones. Es un avance muy valioso para el país, que hoy por hoy damos por hecho, pero es relativamente reciente.
¿En los últimos documentos se han sumado nuevos y diversos actores cómo ha sido trabajar con más miradas y qué diferencias notas respecto a documentos anteriores?
Creo que ha sido un acierto abrir la conversación. El espacio de intercambio se nutre aún más de las distintas miradas e iniciativas de las organizaciones que participan en los grupos de trabajo. La ciudad es justamente el espacio donde se mezclan las visiones y donde conviven múltiples realidades. Obviamente esto implica que las cosas son un poco más lentas, hay que armar un puzle con más piezas, pero es indispensable que dejen de ser siempre los mismos quienes tienen voz en la discusión sobre política pública urbana. Sobre todo se valora la participación de múltiples organizaciones que trabajan en los barrios y en contacto con la realidad de distintos sectores de nuestra sociedad.
Producto de la crisis social y ahora sanitaria se ha puesto a la ciudad en el centro del debate por replicar las desigualdades y ser, al mismo tiempo, un factor de cambio en la disminución de brechas. Frente a eso hay posiciones más críticas y otras más benevolentes ¿Cuál es tu visión de la ciudad y sus “responsabilidades”?
La ciudad más que un «factor» es la manifestación física de la sociedad que hemos construido. Es lo que somos. Lo interesante es que, a su vez, las intervenciones en la ciudad tienen el potencial de transformar la experiencia diaria de las personas y la manera en que estas interactúan. El debate sobre cómo deben ser nuestras ciudades es en el fondo una discusión sobre cómo debiera ser nuestra sociedad, y de qué manera podemos avanzar en la construcción de un entorno que promueva valores centrales como la justicia, el respeto o la dignidad humana. La ciudad no es responsable. Somos todos los que operamos sobre la ciudad los responsables. Hemos dejado por demasiado tiempo que las decisiones se tomen en base a una lógica económica de mercado, y el resultado está a la vista. Ahora somos responsables de modificar el sistema de producción de ciudad poniendo el énfasis en sus ciudadanos y en la creación de sistemas sanos. Para eso se requieren acuerdos, que se traduzcan en planificación, gestión y la participación de todos los actores en la construcción de esos cambios.
En la agenda social se buscó el principio de poner a los Gobiernos Regionales y el Municipio al frente de la gestión. ¿A tu parecer qué tipo de cambios son los que más apremian?
En términos de gobernanza, ha quedado en evidencia que es a nivel de municipios donde se juega la realidad de los territorios. Dotar a los municipios de adecuado financiamiento, herramientas de gestión y apoyo al desarrollo de sus equipos humanos es clave. Los alcaldes deben ser los únicos actores políticos que hoy por hoy siguen siendo validados transversalmente por la ciudadanía, y para construir una ciudad coherente son indispensables los liderazgos.
Sabemos que las áreas metropolitanas son territorios complejos donde se requiere un grado de coordinación entre municipios para poder alinear las acciones de mayor escala. Muchos aspiramos a tener gobiernos metropolitanos lo antes posible, las metrópolis exitosas a escala global demuestran la importancia de esta escala de gobernanza territorial, pero dado nuestro escenario político, es probable que durante un tiempo tengamos que operar a través de asociaciones de alcaldes mediadas por proyectos o programas capaces de aunar voluntades.  Quizás una oportunidad de gobernanza intermedia o asociativa estará en las agencias que implementen los programas de reactivación post covid, con foco en la regeneración de los sectores que concentran precariedad y hacinamiento y en la mejor distribución de los servicios urbanos.
Otra de las propuestas de la Agenda Social Urbana busca promover estándares de equidad territorial en proyectos de infraestructura y equipamiento público urbano. ¿Cuáles son los primeros pasos a trabajar y qué se hace con infraestructura que ya cuenta con estándares menores frente a otras más modernas?
Como CPI hemos desarrollado una propuesta en conjunto con Centro de Inteligencia Territorial (CIT) de la Universidad Adolfo Ibáñez que plantea que, desde las infraestructuras, el punto de partida para avanzar hacia ciudades más equitativas es proveer de infraestructura de buen estándar a nivel de barrios, especialmente los que están hoy en peores condiciones. Estamos hablando de pavimentación, iluminación y arborización de veredas y calles, llevar agua y alcantarillado a los sectores que aún no lo tienen, generar rutas seguras a colegios y paraderos y proveer de conexión a internet a todas las familias.
Además, se requieren espacios adecuados para que las comunidades en los barrios puedan articularse e interactuar de manera sana y participativa, promoviendo la creación de capital social. Así la propuesta considera también la creación de «Salones de Barrio», sedes que hagan posible llevar políticas públicas a los barrios y desarrollar distintas actividades comunitarias, que sabemos son llevadas y aprovechadas principalmente por mujeres, niños y la tercera edad. Este es el desde, los espacios que están en directa relación con la vivienda, la ciudad que está a la mano y forma parte de la experiencia diaria de las personas.
¿Cómo se conjuga el desarrollo de infraestructura y la participación ciudadana?
Ya que el concepto de Infraestructura abarca obras de escalas muy diversas, la participación se conjuga de distintas formas.
Recién mencionaba la infraestructura de escala local, de barrio, inversiones que pueden ser revisadas, priorizadas, diseñadas e incluso construidas participativamente por un grupo de personas que comparten un espacio urbano en forma cotidiana. Por ejemplo, sería un acierto que, con los fondos de recuperación, en los sectores más vulnerables se organizara una oferta de trabajo para los vecinos, incorporándolos a las obras de mejoramiento de las infraestructuras locales, así se evitarían traslados y las personas estarían generando valor en su propio entorno.
En el otro extremo, en las grandes obras de infraestructura también debieran mejorarse los procesos de participación tanto en materia de priorización como de diseño. En muchas ciudades del mundo los presupuestos participativos son un espacio de diálogo sobre priorización de infraestructuras desde un foco ciudadano. Chile históricamente ha dado voz casi únicamente a expertos y autoridades y se ha desperdiciado mucho conocimiento local, incluso municipal, en la planificación de las infraestructuras, ahí tenemos bastante espacio para mejorar. Respecto a los procesos de diseño participativo de grandes infraestructuras creo que bien aplicados tienen el potencial de generar mejores resultados, dando respuesta a escala local y generando vecinos que valoran mucho más su implementación.
En la búsqueda de avanzar hacia Ciudades Saludables se ha puesto en boga el concepto de la ciudad de 15 minutos o de las proximidades ¿Qué tan lejos estamos de materializar dichos conceptos y por dónde debemos partir?
Mientras más grande la ciudad, mas lejos estamos. El caso más grave es Santiago. Ha crecido en función a un solo centro que se ha ido desplazando hacia el oriente, concentrando además la prosperidad económica, la oferta de trabajos y de funciones clave para el resto de una urbe muy extensa. Esto le genera muchos problemas de salud, que todos conocemos. En contraste, en la naturaleza, los sistemas sanos tienden al equilibrio y todos sus componentes tienen condiciones apropiadas para prosperar, por lo tanto funcionan bien. La Ciudad de 15 minutos o ciudad distribuida tiene detrás esa lógica: dotar a los distintos barrios que componen el sistema urbano de condiciones básicas para funcionar apropiadamente, creando mayor equilibrio en el sistema. Creo que debemos partir por los centros de barrio dando forma a un conjunto de «Calles principales», hay que volver a poner el foco en la calle como el espacio articulador de la ciudad, que además permite emplazar las distintas actividades que pueden satisfacer tanto las necesidades como los deseos de bienestar de las personas.
Hay debate sobre qué pasará con nuestra vida en las ciudades una vez finalizada la pandemia. ¿Cuál es tu mirada frente a los distintos vaticinios y qué tendencias crees que predominarán?  
Yo soy optimista y creo que en el mediano plazo las cosas van a encontrar un nuevo punto de equilibrio, ojala mejor incluso que lo que teníamos antes. Avanzando hacia ciudades más justas, trabajos más flexibles, transporte más limpio y comunidades más conectadas, entre otros. Pero en primera instancia vamos a vivir un tiempo de transición, que será un poco esquizofrénico porque echamos de menos a los otros y a nuestra vida «desplegada», pero al mismo tiempo tenemos miedo del contagio, por lo que vamos a usar la ciudad de una manera diferente: la vamos a usar menos, vamos a procurar distancia. Probablemente vamos a confiar en un grupo más reducido de gente para compartir nuestros espacios. Yo creo que desde nuestros hogares vamos a abrirnos primero a grupos de amigos, familia o colegas. Quizás con ellos vamos a estar dispuestos a compartir un auto o una mesa. Pero en el fondo confío en que el ser humano es generoso, muy hábil frente a los desafíos y tiene gran capacidad de adaptación, por lo que la transición será medianamente llevadera, y tendrá fin.
Me parece que durante esta cuarentena la conversación sobre la sociedad y la ciudad que queremos tuvo avances enormes. La reflexión y la búsqueda de nuevas respuestas se aceleró y ciertos temas que hace poco eran innombrables para algunos, hoy son ineludibles, transversales y urgentes, como por ejemplo la vivienda de integración social. Eso me da esperanzas de que lo que viene por delante será una búsqueda de cómo avanzar mejor en la dirección correcta. Somos muchos los que estaremos disponibles y entusiasmados de ser parte del cambio.
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Fuente: CNDU, Jueves 13 de Agosto de 2020

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